Lo primero que hay que distinguir en el ámbito del conocimiento es entre conocimiento óntico y la reflexión ontológica. El conocimiento óntico o conocimiento del ente lo constituye cualquier saber teórico (como las ciencias contemporáneas) en tanto que se preocupa de un ámbito delimitado y definido del ente, lo que implica que ya conocen y dan por sentado qué es el ente (es decir, qué significa “ser”). Por el contrario, la reflexión ontológica o filosofía no da por sentado este concepto y su aclaración es su objetivo.
Así por ejemplo, damos por sentado qué significa “ser” cuando hacemos afirmaciones del tipo: “sólo existe (es) lo que es perceptible por los sentidos” (sensualismo) o “sólo existe (es) la materia” (materialismo) o “sólo creo lo que veo” (en relación con el conocimiento).
De una manera no tan simple, cualquier ciencia en su estudio de las cosas da por hecho lo que significa “ser”. Para las ciencias sólo es aquello que se muestre en una determinada experiencia que pueda ser repetible (experimento) y por tanto confirmable por cualquier otro sujeto. Incluso en las ciencias sociales, que trabajan con otro tipo de “hechos” o con documentos como la Historia, se identifican los hechos con la experiencia.
Ciencia y Creencia

La ontología no da por buena ni mala esa suposición. Simplemente anota que es una suposición y reflexiona sobre ella y sus implicaciones. La ontología es el núcleo o la esencia de la filosofía porque cualquier otra reflexión filosófica estará en función de ésta, que es más fundamental. Por ello, la historia de la filosofía nos informará sobre las distintas concepciones del ser que ha habido a lo largo de la historia y por lo tanto nos abrirá el horizonte sobre nuestra propia concepción, mostrándonos otras posibilidades.
Pero previamente es necesario distinguir entre conocimiento, ciencia y creencia. Entenderemos por conocimiento todo el saber teórico sobre el ente (es decir, lo contrario de la ignorancia). La ciencia y la creencia serán para nosotros las dos únicas posibilidades de conocimiento:
La ciencia es el saber demostrado y demostrable (por cualquier individuo y en cualquier momento), firme y seguro. Obviamente, aquí la dificultad radica en comprender qué quiere decir “demostrable” y qué implica. La disciplina que tiene como objetivo aclarar esto (y por tanto, decidir qué es ciencia y qué no) es la epistemología (también llamada gnoseología o teoría del conocimiento) palabra que viene del griego episteme, que quiere decir justamente eso: saber firme y demostrable. Es Platón el primero que hizo la distinción que ahora explicaremos entre ciencia (episteme) y creencia u opinión (doxa, en griego).
La creencia (doxa) por el contrario, es aquel saber que (aunque puede ser verdadero) no puede ser demostrado: está basado y constituido por opiniones todas igualmente válidas en tanto que opiniones. Los grados de creencia, en tanto que sentimiento ante unas determinadas afirmaciones (opiniones) pueden ir desde la “simple creencia” en la que no nos jugamos nada (aunque es necesario tener una multitud de creencias para la vida de cada día) hasta la fe, que es la creencia más inquebrantable y en la que nos lo jugamos todo. Puede parecer curioso que entendamos la creencia como un tipo de conocimiento (aunque con ello no hacemos más que repetir el esquema platónico), ya que parece ser que sólo la ciencia cuenta y que en nuestra vida queda poco espacio para la creencia. Sin embargo, si examinamos qué es el conocimiento realmente, es decir, cuántos conocimientos podemos demostrar por nosotros mismos, nos daremos cuenta de que en realidad son muy pocos. La mayoría de cosas que creemos conocer (como que el hombre ha estado en la Luna, que la Tierra gira alrededor del Sol, etc.) no las podemos demostrar por nosotros mismos, sino que tenemos que apelar a profesores, libros de texto o medios de comunicación como argumento de autoridad. Esto quiere decir ni más ni menos que el grueso de nuestro conocimiento se construye sobre la creencia fundamentada en algunas autoridades (internet, los libros, los medios de comunicación,...) ¿Qué pasaría si estas autoridades nos engañasen (como en Matrix)? No tiene por qué ser un engaño malintencionado como el de la película, pero si puede haber una falta de claridad con respecto a sus propios fundamentos. Aquí se muestra la relación entre la ontología y la política o entre la “filosofía” y la “ciudadanía”. Por ello es imprescindible el conocimiento ontológico, sólo él nos puede ayudar a salir de la caverna.
La Ciencia Moderna
Ahora bien, una vez aclarado el sentido orignal del concepto de ciencia, debemos de ser muy cuidadosos con entender que la ciencia moderna y contemporánea no es eso. Si lo fue en el mundo antiguo y medieval identificándose con la filosofía, ya que justamente ésta es la finalidad de la filosofía.
Sin embargo, a partir del Renacimiento y sobre todo a partir de Galileo y Descartes (s. XVII) se va consolidando una “nueva ciencia” que, si bien parte de este significado tradicional, se empieza a separar de los procedimientos y las finalidades de la filosofía. A partir de la modernidad habrá una bifurcación entre ciencia y filosofía. Como ya hemos visto en relación con la preocupación por el método, los presupuestos y características de esta nueva ciencia son un preludio de lo que posteriormente será el programa ilustrado: la ciencia tiene que eliminar toda superstición, magia, etc, de la sociedad humana para así poder reconstruir esta sociedad sobre una base racional y no mitológica.
Esto nos hace ver que, ya desde el principio de su historia, la ciencia moderna tiene implícitamente un objetivo político: la construcción de una sociedad democrática de ciudadanos libres. Efectivamente: ése es el significado más profundo de la desmitologización del saber. La idea de eliminar la superstición de los ciudadanos tiene que ver con una función educativa del Estado: la de conseguir unos ciudadanos libres que piensen por sí mismos. Si bien, esta idea típicamente ilustrada es posterior a la revolución científica, coincide plenamente con su extensión, con el uso que la Ilustración hizo de la ciencia. Pero esta siempre fue la finalidad latente del espíritu científico, aunque en el Barroco no se pensase en extenderlo a toda la población.
Al respecto es conveniente recordar la concepción galileana de los dos libros divinos: la Escritura, hecha en forma mítica para que la pueda entender todo el mundo y la Naturaleza, escrita en caracteres matemáticos sólo para los sabios.
Las características de esta nueva ciencia son:
1. La noción de experimento. La filosofía siempre había tenido en cuenta, es obvio, la experiencia. La noción de experimentación implica, sin embargo, el forzar la experiencia a que nos dé respuestas concretas a preguntas concretas. El experimento es siempre una manipulación de la realidad para obligarla a responder nuestras preguntas. Esta concepción de la ciencia que la liga a la manipulación y dominio de la naturaleza está relacionada con la proximidad moderna entre la ciencia y la tecnología. La ciencia es, en su esencia más profunda, tecnología. O dicho en términos nietzscheanos: voluntad de dominio. Es una voluntad de saber que entiende el saber como dominio. De aquí el énfasis de la ciencia en la predicción de los fenómenos.
2. La matematización de la realidad. Esto llevará a la distinción entre cualidades primarias (aquellas directamente matematizables) y cualidades secundarias (olor, color, sonido,... áquellas que sólo se pueden matematizar indirectamente). Toda esta concepción deriva de la noción cartesiana de sustancia, según la cual sólo hay dos sustancias finitas en el mundo: la res extensa y la res cogitans. De aquí saca Descartes la conclusión que la res extensa es lo único conocido perfectamente. Por eso, las cosas sólo son conocidas adecuadamente (con distinción y claridad) cuando son reducidas a res extensa, es decir, a “espacio”. En este sentido, el gran descubrimiento cartesiano es la posibilidad de aritmetizar el espacio, es decir, de poder asignar a todo punto del espacio un conjunto de números ordenado (par ordenado en el plano). Este es el significado del invento cartesiano de los ejes de coordenadas (ejes cartesianos).
En relación con esta equivalencia total entre el espacio y el número, llegamos a la conclusión de que “todo tiene que ser número” (conclusión a la que ya habían llegado los Pitagóricos) porque así todo objeto científico podrá entrar a formar parte de fórmulas matemáticas con las que podrá predecir exactamente los fenómenos cuantitativamente.
3. El paradigma del mecanicismo. Unida a las dos características anteriores va una tercera que es el modelo explicativo de los fenómenos. Este modelo, aceptado de manera universal de Descartes a Newton, consiste en entender que el mundo físico es como una especie de mecanismo material en el que todas las piezas están relacionadas de manera mecánica (como un gran reloj). Lo único que existe es la materia y el movimiento. Toda explicación de la naturaleza acepta y asume este principio (a esto se le llama “paradigma”). Esta idea va ligada siempre al atomismo: debe haber piezas mínimas cuya combinación nos da las formas materiales que conocemos. Observemos que todo esto nos lleva a la noción de una realidad-en-sí, diferente de la realidad tal como la observamos a simple vista. Si pudiésemos ver el mundo tal como es con un microscopio suficientemente potente veriamos sólo átomos interaccionando unos con otros de manera mecánica (ej. ley de Boyle). Esta realidad-en-sí que tiene características ideales y perfectas es la culminación del platonismo si recordamos el mito de la caverna.