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Ontología y lenguaje

 

Si la filosofía es, en el más elevado de los sentidos ONTOLOGíA tal como lo entendió la tradición, empezando por Aristóteles (la ciencia primera: la ciencia del ente en tanto que ente) se nos plantea inmediatamente el papel del lenguaje: El ente es la unidad de la realidad. Todo lo que es, es ente. Decir que algo es ente no es más que una reiteración necesaria. El ente sería algo así como el género supremo de todas las cosas. Pero, ¿existe la posibilidad de que algo no sea? El ejemplo filosófico tradicional es el del  “círculo cuadrado”: en este caso, la expresión citada no designa nada, su contenido es impensable, no hay ente alguno al que corresponda la denominación. Esto implica una advertencia muy seria a la hora de ponerse a “filosofar”: el lenguaje siempre nos puede engañar. Si bien en la expresión “círculo cuadrado” es obvia su falta de referencia, para saber si un poliedro regular de 37 caras” es algo o no, no lo tenemos tan fácil. Otros ejemplos a tener en cuenta son “el cielo” o “el horizonte”. Tanto uno como otro tienen que ver con mi forma de percibir el mundo, no con la realidad-en-sí. 

DIMENSIÓN LINGÜÍSTICA Y SIMBÓLICA DE LA RELACIÓN DEL SUJETO CONSIGO MISMO Y CON EL MUNDO

Puede ser que un niño de 3 años te diga que quiere ir “a tocar el cielo”. En este caso le tendremos que decir que eso es imposible, porque el cielo, en realidad, no es (es pura apariencia). A partir de aquí debemos plantearnos de dónde podemos obtener el criterio para determinar si algo es ente o no. Por otro lado, tampoco vale el sofisma de decir que lo que no es simplemente es la nada. El cielo “algo debe ser”. Efectivamente, Platón habla de “sombras”. Todo aquello que no es por sí mismo y es pura apariencia podríamos entender que es algo así como una “sombra”. Ciertamente, una sombra es algo en sí mismo, pero sobre todo es un engaño que pretende representar algo que no es. La sombra en sí misma no le interesa a nadie. Algo parecido nos ocurrirá con los signos del lenguaje.

La primera conclusión que obtenemos es que no podemos dejarnos llevar por el lenguaje simplemente como hilo conductor para determinar lo que es y lo que no es porque las palabras y expresiones nos pueden engañar. Por esta razón la filosofía examina el lenguaje como un tipo específico de ente.

Ahora bien, desde el momento en que la esencia humana consiste precisamente en el logos (que Aristóteles distingue cuidadosamente de los gruñidos), el lenguaje es un tipo de ente muy especial.

Por un lado, el logos implica la capacidad de previsión (anticipación) y retención (memoria). De aquí surge la posibilidad de la creación de conceptos. Por eso el lenguaje está relacionado con el nacimiento de la humanidad que empieza cuando el hombre entierra a sus muertos: es otra manera de vivir la vida en que la temporalidad se ensancha.

Según Heidegger, el hombre es el pastor del Ser y el Ser es la esencia del lenguaje. Por eso la filosofía es ontología.

Los signos y el lenguaje

 

Todos sabemos que las palabras que forman las expresiones del lenguaje pertenecen al grupo de los “signos”, esto es, a un tipo de ente que tiene como función exclusiva el “apuntar, señalar o remitir” a otro ente. Esto quiere decir que un signo no nos interesa por él mismo de manera inmediata sino que su función exactamente es la de hacernos olvidar su carácter de signo y llevarnos inmediatamente ante algo que no está presente o que queremos señalar. El signo no nos interesa en sí, sino sólo aquello a lo que apunta, por eso un texto en árabe no nos dice nada si no sabemos árabe. La propia materialidad del signo (un trazo en un papel, unas ondas sonoras) nos tiene sin cuidado cuando el signo cumple adecuadamente su función. Esto implica que el signo no tiene por qué tener ningún parecido material con aquello que significa. Heidegger indica como ejemplo de signo el “nudo en el pañuelo”. El nudo en el pañuelo muestra que algo “no está en su lugar” y eso es lo que nos lleva (a través de la memoria) a aquello que se quiere significar. La conclusión es que los signos sólo existen porque existe la memoria.

La universalidad del lenguaje

 

El problema parece ser que el lenguaje, precisamente para poder cumplir con su función comunicativa, tiene que apuntar siempre y por esencia a situaciones universales. Por ello decimos que la palabra apunta a la cosa mediante el concepto. Cuando decimos “esto es una manzana”, manzana tiene que ser un concepto universal para poder ser usado en muchas ocasiones de manera que todos los que hablamos la misma lengua entendamos el concepto de la misma manera (también, hasta cierto punto, los que hablamos diferentes lenguas en la medida en que nos comunicamos). La necesaria universalidad del lenguaje es mostrada por el hecho de que las palabras que expresan en cada caso un objeto o situación únicos son precisamente las más universales. Es el caso de palabras como: yo, este, aquí, ahora, esto, así, hoy, etc.

 

Por eso es preciso aclarar las confusiones que normalmente se producen (ya que la filosofía nunca ha utilizado una terminología unificada) entre tres nociones de uso común: concepto, idea e imagen.

 

De estas tres nociones, la primera que tenemos que distinguir y separar es la de imagen. Siempre que oímos una palabra, nos viene una imagen a la mente, pero sabemos perfectamente que esta imagen es arbitraria porque es concreta y confusa (un ejemplo que puedo recordar o imaginar). Es decir, mientras que el significado de la palabra es universal, la imagen se refiere siempre a algo concreto y singular, con unas características determinadas.

 

Con el significado de la expresión sí que están directamente ligados tanto el concepto como la idea. La diferencia entre ambos es que, mientras que el concepto es el significado único y objetivo de la expresión (y por ello no depende de que nosotros lo entendamos correctamente o no), la idea es el conocimiento que cada uno de nosotros tiene del concepto. Así, mientras que el concepto de “triángulo” incluye todas las propiedades geométricas demostrables (las que han sido demostradas y las que aún pueden serlo), la idea que cada uno tiene del triángulo depende de su conocimiento de él. En todo caso, las ideas siempre son tan limitadas como nuestro conocimiento de las cosas. Por eso decimos que mientras que el concepto es objetivo, la idea es subjetiva. A pesar de su subjetividad, no puede ser arbitraria (ni emotiva como la imagen), ya que tiene que ser suficientemente universal como para poder ser comunicable. La idea es siempre una aproximación determinada al concepto.

Pero, ¿cómo podemos justificar esta diferencia entre el concepto y la idea?

 

Concepto viene del término “concebir”, es decir, “engendrar o producir” y, por tanto, se refiere al mismo objeto en relación con las posibilidades que tiene de ser construido o producido mentalmente con la coherencia que esto implica. El concepto es, entonces todo lo que está incluido en el significado del objeto, si es que realmente es posible y existe.

 

Idea, por el contrario, se refiere a cada uno de nosotros y al conocimiento siempre limitado que tenemos de las cosas. Por eso decimos que la idea es “subjetiva”, es decir, que depende del sujeto.

Hay que tener en cuenta que esta distinción sólo es válida después de Descartes (s. XVII), y de aquí proviene la confusión. Cuando Platón o cualquier otro filósofo antiguo o medieval hablan de ideas se refieren aproximadamente a lo que nosotros entendemos por concepto. Por eso, para Platón, lo que hay fuera de la caverna son las Ideas, es decir, el conocimiento perfecto. Para acabar de complicar la cosa, Husserl, filósofo del s. XX fundador de la Fenomenología, vuelve a hablar de “ideas” en el sentido platónico.

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