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Así la felicidad sería el fin último perseguido por todos. Otra cosa es que nos pongamos de acuerdo en qué consiste la felicidad y que consista en algo que realmente dependa de nosotros. Dice Aristóteles: la felicidad para el pobre consiste en la riqueza, para el enfermo en la salud y así sucesivamente.

Supongamos por un momento que la felicidad consista realmente en la riqueza. Entonces, lo que deberíamos hacer es buscar la manera de ser más ricos, ya no debemos interesarnos por la ética, sino más bien por la economía. Pero, desgraciadamente, hay dos inconvenientes: 1) el ser ricos no depende de nosotros (o depende muy poco), y 2) no podemos identificar la riqueza con la felicidad (ya lo hemos visto en Frasier o en Las Consolaciones de la Filosofía). Si soy rico pero no tengo amigos no seré feliz. Lo mismo ocurre con la salud, o con cualquier otro bien material.

 

LA FELICIDAD: EPICURO Y LA INDEPENDENCIA NECESARIA DEL MUNDO EXTERIOR

A este “bienestar” es a lo que Epicuro llamaba “placer”. Hacemos esta aclaración porque hoy en día tenemos una tendencia cultural inmediata a identificar el placer con cuestiones puramente materiales (riqueza, salud, sexo, drogas...). Rápidamente se dio cuenta Epicuro de que si identificábamos el “bienestar” con aquello que no depende de nosotros, nada podíamos hacer por nosotros mismos. Sin embargo, él pensaba que esto no es cierto. Precisamente el “bienestar” es algo así como una armonía espiritual, una serenidad del ánimo relacionada más bien con la tranquilidad de no depender en absoluto de bienes exteriores que un día aparecen y al siguiente desaparecen.

El hombre es efímero, y más en la época de Epicuro (llamada época Helenística) de continuas guerras, epidemias, pobreza, etc. Epicuro incluyó en su Jardín a esclavos y mujeres (experiencia totalmente revolucionaria para la época y que sólo el cristianismo se atrevió a repetir). Dicho de otra manera, el discurso de Epicuro estaba preferentemente dirigido a aquella parte de la sociedad que era muy consciente de sus limitaciones materiales y que, de alguna manera, eran insuperables. Seguramente también está relacionado con esto el hecho de que sea el primer filósofo individualista de la historia. Su ética propone una salvación individual, al margen de la moral social predominante, bastante tradicionalista.

Lo que observó Epicuro, en primer lugar, es que el placer es algo relativo y no absoluto: el placer que nos puede proporcionar una opulenta y copiosa comida depende totalmente de con qué frecuencia lo hagamos. De igual manera pasa con el resto de placeres materiales. Por otro lado, este tipo de placer sólo lo es en un estado de déficit, y no siempre: una comida no nos dirá nada si no tenemos hambre. Por eso, y para no estar a merced del destino, la tranquilidad de espíritu (llamada por él ataraxia) consiste en la máxima independencia posible del mundo externo. Esto significa tener muy pocos deseos materiales: obtiene más placer con una manzana quien no ha comido en tres días que aquél que nunca ha pasado necesidad con un festín. La ataraxia se convierte así en un objetivo alcanzable por medio de la disciplina del cuerpo y del espíritu, del hacer y del pensar.

Con ello seguramente tiene que ver la jerarquía de valores epicúrea, según la cual la amistad, la independencia y la reflexión ocupan los lugares más elevados. Nada de ello se puede comprar con dinero (en todo caso la independencia, en tanto que supone no estar ligado a un trabajo)

Dicho de otra manera, mientras el bienestar es un estado de equilibrio, el placer relacionado con la escasez no es más que un flujo (relacionado con la ambición) que siempre pide más y más para ser satisfecho. Por ello, el placer, a pesar de ser bueno, en sí mismo, no puede constituir ningún criterio para la búsqueda de la felicidad.

Cuando hemos hablado de “disciplina del pensar” nos referimos a que hay maneras de pensar que nos hacen bien, y hay maneras de pensar que nos hacen mal.

En resumen, para poder llegar a la ataraxia nos tenemos que liberar de dos cosas: las pasiones (fama, dinero, honores, poder,…) porque sólo producen preocupaciones y sufrimiento, y de los miedos. Para ello está la filosofía. Así, con un argumento racional podemos entender que no hay que tener miedo a la muerte: porque la muerte no es nada para la sensación. Cuando estamos vivos la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros ya no somos. Tampoco nos debemos preocupar por los dioses, ya que ellos viven felices y lejos de los humanos (no los necesitan para nada), no los premian ni los castigan. Por último, tampoco el destino debe ser causa de preocupación, ya que el destino no existe: la cosas se producen por necesidad, por azar o por nosotros.

 

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