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1. LA ACCIÓN

La acción siempre es el resultado del uso de la libertad humana y puesto que es así, no hablamos de "causas de la acción" (ya que una causa siempre determina absolutamente su efecto), sino de motivos, objetivos o metas y principios de la acción. El motivo es aquello que nos mueve a hacer algo, pero sólo nos mueve en tanto que perseguimos una meta y está de acuerdo (o no) con nuestros principios. Los motivos de nuestras acciones pueden ser de muy diferente origen: coacciones legales o sociales, simples costumbres o incluso el deseo u otras pasiones (amor, odio,....).  Yo puedo tener motivos para mentir a alguien (y lo haré o no), pero la piedra no tiene motivos para caer al suelo, simplemente cae por la ley de la gravedad, no tiene opción.

 

La psicología estudia los motivos de la acción, mientras que la  moral se enfrenta más bien a los principios de nuestro actuar, a aquello que consideramos valioso en sí mismo. Por todo ello, es importante que tengamos en cuenta que de la acción forman parte elementos “no visibles” a primera vista.

 

LIBERTAD MORAL Y LIBERTAD POLÍTICA

Podríamos creer que si nos apuntan con un arma no nos queda más remedio que obedecer. Y eso es lo que diremos para justificarnos. Pero lo cierto es que en cualquier situación se puede no obedecer incluso con riesgo de la propia vida. A la virtud que consiste en mantenerse firme en los propios principios por encima del miedo se le llama VALENTÍA o CORAJE, y es propia de los héroes.

El 23 de febrero de 1981, Adolfo Suárez y Gutiérrez Mellado no se tiraron al suelo a pesar de ser amenazados con armas de fuego..

Sócrates prefirió morir, condenado por la ciudad, a dejar de hacer lo que él entendía que debía hacer: someter a examen la creencias propias y ajenas. Su acción fue considerada heroica por muchos filósofos, entre ellos, Platón

2. LA CUESTIÓN DE LA LIBERTAD

 

Hay opiniones que niegan que los humanos seamos libres. Estas opiniones suelen argumentar de dos maneras diferentes:

                                                                                                                                                                                                                             

  • No somos libres porque, al igual que cualquier otro animal, ya que animales somos al fin y al cabo, estamos determinados por nuestros instintos, impulsos o como quiera que llamemos a las causas biológicas y/o psicológicas de nuestra acción. Pero viendo que el hombre es capaz de hacer huelga de hambre o suicidarse ya nos damos cuenta que estos impulsos quizás nos condiciones, pero nunca nos determinan como la "ley de la gravedad" determina que la piedra caerá al suelo. 

  • La segunda opinión ampliamente extendida entre las gentes que niegan la libertad humana se basa en la existencia de una sociedad y unas leyes que nos obligan a actuar (a veces) como no queremos. Refutar esta opinión es extremadamente sencillo. La pregunta que podemos hacer a los que así opinan es: ¿por qué existen las multas, las sanciones y las prisiones? Porque el castigo que acompaña al incumplimiento de una ley es sólo una coacción, una fuerza que pretende que, quien no se quiera complicar la vida, cumpla con la ley. Pero es un hecho patente que las leyes son incumplidas; luego, las leyes pueden influir en nuestro comportamiento, pero no lo determinan.

 

Nosotros afirmamos, por el contrario, que la libertad es un postulado de la ética, es decir, un supuesto necesario. Observemos, además, que un código legal (con el que se puede cumplir o no) no tiene nada que ver con el concepto que manejamos de acción, ya que ésta última implica un valor. Dicho de otra manera: si obedecemos una ley no porque esté de acuerdo con nuestros principios, sino por simple aprensión al posible castigo, la acción que realizamos es muy distinta a la de obedecer una ley porque creemos que es justo, aunque “el comportamiento constatable” sea el mismo. Por eso, en un tribunal sólo se pueden juzgar “los hechos” y no la intención de las personas, entre otras cosas porque a veces ni nosotros mismos conocemos nuestras verdaderas intenciones.

 

Quizás alguien pueda pensar que sería preferible una sociedad de robots o personas robotizadas en la cual no se discutiesen ni desobedeciesen las normas dadas[1], pero la ventaja de una sociedad de humanos libres es que hacemos lo que hacemos porque nos da la gana, y por ello podemos responder de lo que hacemos, es decir, especificar los motivos que nos han llevado a actuar de tal o cual manera. Del verbo “responder” viene la palabra responsabilidad. Así pues, la responsabilidad es sólo la otra cara de la libertad. No hay que confundir la responsabilidad con la obediencia. Alguien puede ser responsable y desobediente u obediente e irresponsable. Ejemplos del primer caso serían Robin Hood o los “objetores de conciencia”. Ejemplos del segundo caso serían todos aquellos que obedecen simplemente por miedo al castigo.

 

Así, ser responsable no quiere decir otra cosa que ser capaz de justificar racionalmente nuestras acciones. Los locos y los animales no lo son, y por ello no los enviamos a la cárcel puesto que no los consideramos libres.

 

Pero, siendo sinceros con nosotros mismos y en una mirada introspectiva, ¿qué es lo que nos hace no sentirnos libres? Que no podemos hacer lo que queremos. Más tarde veremos que es abusivo el uso que hacemos del verbo “querer”. Por el momento haremos una distinción de compromiso que creo que nos será útil.

 

Poder hacer siempre lo que queremos sin tener que asumir las consecuencias desagradables querría decir, para empezar, no aceptar las limitaciones que tenemos: nuestro cuerpo, nuestras posibilidades económicas, nuestra familia, nuestra sociedad, etc. Es evidente que el haber nacido con una situación determinada y encontrarse siempre en una situación determinada delimita muchas de las posibilidades que realmente tenemos. Si no somos brillantes en Ciencias, no somos libres de ser el Premio Nobel de Medicina. Si no nos han enseñado (en la familia) a amar, no tendremos una relación fácil con nuestros semejantes, etc. Por todo ello diremos que la libertad humana consiste en que, en el contexto de una situación que no podemos elegir -y que incluye todo lo que somos- podemos siempre decidir hacer o dejar de hacer algo. Lo que no podemos elegir es la situación misma. Si pudiésemos elegir esto último ya no seríamos humanos sino dioses. Este tipo de libertad que en realidad añoramos porque nos ayuda a justificar nuestros fracasos sería una libertad divina.    

 

Por todo ello será mejor distinguir la voluntad (el querer) del deseo. Diremos que no hacemos siempre lo que deseamos pero sí que hacemos siempre lo que queremos.

 

En resumen, la libertad humana (la única que conocemos) no consiste en elegir en qué situación nos gustaría encontrarnos sino en elegir qué hacer en nuestra situación.

 

Por otro lado, es muy frecuente la confusión entre la libertad y la espontaneidad. Solemos considerar libres a los niños y los animales porque son espontáneos. Pero consideraremos requisito indispensable de la libertad el “querer” algo y “saber qué es lo que queremos”. La espontaneidad no incluye en ningún caso la conciencia de lo que se quiere más allá del impulso momentáneo. Muy al contrario, la libertad defendible, porque es la que tiene que ver con la moral, consiste en la autodeterminación. Ser libre es tener la capacidad de autodeterminarse, es decir, de dirigir nuestras acciones a un fin consciente.

 

Para no confundirse hay que distinguir también entre la libertad moral y la libertad política. La libertad moral (o de conciencia) siempre existe, porque consiste en la posibilidad de decidir, que siempre la hay, mientras haya uso de razón. Sin embargo la libertad política no la hay siempre por igual, ya que tiene que ver con las condiciones que me permiten decidir, y que forman parte del contexto que hemos dicho que pertenece a la “libertad humana”. Así, si me meten en la cárcel por manifestar una opinión sobre cualquier tema, sigo teniendo libertad moral, puesto que lo puedo hacer, pero hay poca libertad política, ya que el hacerlo acarrea consecuencias negativas, y hay otros lugares en que no es así.

 

La libertad política tiene que ver con lo que está permitido y con lo que no está permitido, mientras que la libertad moral o de conciencia está relacionada con lo que puedo hacer, y, de hecho, puedo hacer cosas que están prohibidas. ¡Y hay mucha gente que las hace! Aunque esté prohibido matar o saltarse un semáforo hay gente que lo hace.

 

La máxima libertad política sería que estuviese permitido todo aquello que no perjudicase a los demás, y este es el horizonte de la democracia, que va ligada a la pluralidad (de opiniones, creencias, etc) y la tolerancia de los que no piensan o sienten como yo.

 

Evidentemente los dos tipos de libertad están relacionados, pues sólo soy consciente de tomar decisiones cuando encuentro obstáculos a mis deseos, principios o pretensiones (¿qué es lo que nos mueve?). Y los obstáculos pueden ser materiales, pero pueden ser también de tipo político.

 

[1] Serían innumerables los ejemplos de novelas y películas futuristas que pretenden hacernos reflexionar sobre una sociedad supuestamente perfecta en este sentido. Por citar sólo dos de las más conocidas: Un Mundo Feliz de A. Huxley o Walden Dos de F. Skinner. Por mencionar una película reciente que reflexiona sobre el impacto que podría tener sobre la libertad humana el absoluto control genético de los individuos, citaremos Gattaca

Para dejarlo claro de una vez por todas: la moral tiene que ver con todo aquello que relacionamos con una palabra más compleja de lo que parece. La palabra DEBER.

 

¿Qué es un deber?

 

Un deber es algo a lo que estamos obligados. Lo que ocurre es que todos los tipos de obligación no son iguales. A veces estoy obligado por mis padres o profesores, a veces por las leyes, a veces por la religión (para aquellos que se ven vinculados por sus mandamientos), a veces por las costumbres y a veces me obligo yo mismo cuando quiero hacer algo que creo que es lo mejor para mí (aunque me pueda dar pereza). Todo esto es la moral, y por ello la moral es tan difusa.

 

En primer lugar está aquello a lo que me obliga la ley. Podemos decir que las normas morales y las legales no son iguales puesto que las legales siempre llevan aparejado un castigo para los que no las cumplan: de la multa a la carcel, infracción o delito. Sí, pero en última instancia, teniendo en cuenta lo que me pueda pasar si me pillan, soy yo quien decide si cumplirlas o no. Y de hecho cada día hay muchísima gente que incumple todo tipo de leyes, incluso las más incontrovertibles como la prohibición de matar.

 

En segundo lugar están los deberes que implica la obediencia a padres, profesores, etc. Es algo parecido a lo que ocurre con las leyes; puedo obedecer por miedo al castigo posible, puedo obedecer porque creo que es lo correcto (que tienen razón, que debo ser obediente) y puedo no obedecer.

 

Después están los códigos de costumbres (explícitos o no: todos sabemos cómo hay que ir vestidos a los sitios a donde vamos o las diferentes normas de “educación”).

 

En definitiva, todas las normas mencionadas anteriormente están en función de mí mismo que decido obedecerlas (ser obediente) o no. Prácticamente todos nosotros somos muy obedientes en la mayoría de las esferas de nuestra vida, aunque en alguna de ellas no lo seamos tanto: conocemos criminales que son absolutamente fieles a los códigos familiares y de clan.

 

Un lugar aparte ocupan las obligaciones religiosas y los “principios” ya sean religiosos o filosóficos. En este caso actuamos, de manera voluntaria, porque nos sentimos vinculados a esas normas. Porque nos parecen buenas.

 

Hoy en día estamos acostumbrados a la diversidad de creencias, costumbres y opiniones y a nadie se le ocurre que todo el mundo tenga que tener como buenas las mismas cosas. Esta TOLERANCIA es un gran logro del liberalismo del s.XIX: acostumbrarnos a no perseguir al vecino si tiene otra idea moral distinta de la mía siempre que sean compatibles (y hay que esforzarse por hacerlas compatibles).

 

El caso es que si algo nos parece bueno lo perseguimos, obedeciéndonos sólo a nosotros mismos en este caso. Pues bien, esto es la libertad.

 

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