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LA MORAL, LA ÉTICA Y EL DERECHO

De entrada, solemos entender por “moral” algo así como un código de normas (no legales) que nos vienen dadas por la tradición (en general por la religión pero también por la corrección política y social) y que debemos respetar sin ponerlas en duda. Ciertamente, este uso proviene de dos hechos destacados: a) en primer lugar, en toda sociedad hay códigos de este tipo, ya sean derivados de una creencia religiosa o de una conformidad política (lo que es “políticamente correcto”). Estos códigos condicionan (pero no determinan, y esto es lo importante) nuestra manera de actuar: desde nuestra manera de vestir hasta nuestra manera de pensar. En general son todas aquellas normas, muchas veces no explícitas ni escritas, que determinan nuestro sentido del ridículo y de la vergüenza y de la culpa. Constituyen todo aquello que “se piensa”, “se dice”, “se hace” o “se lleva”. Y b) ciertamente, hay gente que se adhiere de manera incondicional a determinados códigos de conducta.

 

Sabemos que estos códigos condicionan la acción ya que, desde pequeños, de los padres aprendemos lo que es bueno y lo que es malo. Pero aunque los citados códigos formen parte de la complejidad de la moral, sin embargo no constituyen la moral en sí misma. ¿Por qué? Porque una adhesión acrítica a un código elimina de la acción un elemento que consideramos inseparable de la moral: la libertad. Dicho de otro modo. Ante estos códigos nosotros elegimos, (aunque lo que decidamos sea no decidir), valoramos y actuamos de acuerdo con nuestros principios. Esto es propiamente la moral. No importa de dónde recojamos los principios. Lo que importa es que realmente nos los apropiamos. Por eso no atribuimos responsabilidad moral a los niños.

 

En otras palabras: nacemos en un mundo con una “moral social” ya preexistente y a partir de la cual, en nuestro proceso de maduración[1], se elabora nuestra “moral individual”. Lógicamente, cuando hablamos de elaborar no estamos refiriéndonos a un proceso consciente. Lo que vale y lo que no vale para nosotros es algo que siempre nos encontramos y que, precisamente eso, no lo elegimos.

 

La ética, por el contrario no es nada que forme parte de la acción, sino la reflexión sobre ella. Es decir, partiendo del hecho constatable de que hay una “moral social” y la posibilidad de una distancia de cada uno de nosotros a esta moral, surge la posibilidad de plantear si hay algo que tengan en común las acciones valiosas o no y, sobre todo, si hay algún criterio posible para decidir qué acciones son valiosas en general o no.

 

No debemos ocultar que toda esta reflexión está determinada por el sentido que pueda tener la “vida humana”. Si hay algo que podamos llamar “vida humana” y hay unas metas que perseguimos todos (o quizás que debemos perseguir todos), entonces el valor de toda acción estará determinado por este sentido. Adelantaremos que estas posibles metas de la vida humana, tal como se han planteado a lo largo de la historia, se refieren a ideas tan generales y complejas como la felicidad, la dignidad o la libertad.

 

Es importante entender la relación entre ética y moral: la moral (que es la acción misma) es el contenido de la ética, pero el medio de la ética es el lenguaje. De entrada, una ética, es decir, una toma de postura respecto a la moral, no implica el establecimiento de ningún nuevo código de normas, aunque también es cierto que esta toma de postura  condicionará (y estará condicionada por) nuestra manera de valorar las acciones.

 

Si razonamos en sentido contrario, es fácil constatar que el hecho de tomar parte o no por la reflexión es, en sí misma, una decisión determinada en la que hay implicados unos determinados valores: a saber, que es mejor lo racional que lo irracional; que queremos mejorar, en la medida de lo posible, nuestras vidas.

 

La etimología de ambas palabras no nos aclara tanto la distinción terminológica que hemos establecido como su raíz común. Moral proviene de la palabra latina mores (siempre usada en plural) y se refiere a las costumbres y tradiciones de un pueblo, hace referencia, por tanto, a la componente social del fenómeno de la moral. El acento puesto en esta componente nos da una idea de la importancia que tenía para los romanos la tradición. Para ellos, el ejercicio de la virtud (es decir, de las acciones valiosas) no consistía en otra cosa que en respetar las costumbres y tradiciones legadas por los antepasados, en imitar a sus próceres. Como podemos observar, los romanos se situaban en el extremo contrario de nuestro “progresismo” contemporáneo que da por bueno lo más nuevo, el progreso. Mientras que para los romanos la antigüedad de una norma era prueba de su bondad (si ha funcionado durante mucho tiempo es porque es buena), para nosotros lo bueno es el progreso, el no mantenerse estancado en la tradición. Seguramente tiene mucho que ver con ello el peso del innegable progreso tecnológico de nuestro tiempo y una concepción de la historia según la cual siempre “estamos avanzando”, lo cual, en el terreno de la moral es más que dudoso. Para empezar, sería conveniente aclarar qué quiere decir “progresar” (si es que quiere decir algo) referido al valor de las acciones.

 

Sin embargo, mores no es más que la traducción latina del griego ethos (palabra de la cual proviene nuestra “ética”). Ethos es también la manera de ser, el talante, tanto individual como colectivo. Es una palabra también usada para referirse a la morada (de los dioses o de los animales). También habitar y hábito son de la misma familia en nuestra lengua.

 

Sin embargo, la palabra clave en el pensamiento antiguo no es ninguna de las mencionadas, sino una tercera que también habrá que esclarecer: la virtud. La entendemos como aquello que caracteriza al héroe.

 

En este contexto es importante diferenciar también el ámbito de la ética del ámbito del derecho, aunque históricamente no siempre ha  estado la frontera en el mismo lugar.

 

Desde el momento en que hemos referido la etimología de mores a las costumbres de un pueblo, se puede entender que también de aquí emana el derecho y la idea de justicia de ese pueblo. El derecho siempre está relacionado con las costumbres y los usos sociales. Y la virtud es la excelencia en esa manera de ser que se relaciona con lo que se supone que debe ser un hombre (en el caso de los antiguos, varon: vir) de una determinada sociedad.

 

El derecho siempre está relacionado con la idea que tengamos de la justicia. Por ello debemos aclarar que para los antiguos, la justicia era una determinada virtud individual, no una característica de una sociedad: la justicia sólo existe si hay hombres justos. Por otro lado, esta virtud consistía en “dar a cada cual aquello que le corresponde” y por lo tanto estaba relacionada con una jerarquía de los valores y de todo el universo. Todo lo contrario de nuestra actual concepción de la justicia que la identifica con la igualdad.

 

 


 

[1] El proceso de maduración por medio del cual el individuo interioriza las normas del grupo entre el que habita es denominado por los sociólogos “proceso de socialización”.

LA FELICIDAD
EL HÉROE

Parece ser que la felicidad que es aquello que todos bucamos en la vida y queremos conseguir, es uno de los temas fundamentales de la Ética, aunque no de la misma manera que para la psicología: a la Ética le interesa lo que hay que hacer, lo que es valioso para todos y no una receta individualizada para cada cual.

La admiración por nuestros héroes, como modelos a imitar es constante a lo largo de la historia. En la época clásica se hablaba de virtud. Pero esos modelos han ido cambiando a lo largo del tiempo. El tema de la virtud es el bajo continuo de la ética. Falta por saber si, en último extremo, se puede identificar con la felicidad.

EL AMOR

El amor es la pasión que nos mueve por excelencia. Aquello que nos puede llevar a trascender nuestros propios límites individuales. El amor a una persona, a la naturaleza o a la patria puede sacar lo mejor o lo peor de nosotros mismos. Es fundamental aclarar de que manera nos conduce a la felicidad o a la perdición. El Romanticismo alteró los esquemas clásicos sobre las pasiones.

LA LIBERTAD

Solemos confundir la libertad con la espontaneidad. Poder hacer siempre lo que queremos sin tener que asumir las consecuencias desagradables querría decir no aceptar las limitaciones que tenemos. Por todo ello diremos que la libertad humana consiste en que siempre podemos siempre decidir en una situación determinada. Lo que no podemos elegir es la situación misma. 

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