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La actitud natural, como indica  su nombre es la actitud en la cual vivimos de manera regular, normal e inmediata. No nos planteamos más que los objetivos inmediatos de lo que estamos realizando en cada momento, de aquello “en lo que estamos”. En esta actitud no queremos “conocer” cómo funciona realmente el mundo que nos rodea. Pongamos como ejemplo el “microondas”: normalmente, en nuestra vida ordinaria no nos interesa saber cuál es su fundamento científico, por qué funciona, sino simplemente cómo funciona, puesto que lo que realmente nos importa es calentarnos la leche. Evidentemente, el saber “cómo funciona” es un tipo de saber, pero es un saber que no tiene por qué expresarse a través del lenguaje ya que está eminentemente dirigido a la práctica. De este tipo es el saber conducir, ir en bicicleta o nadar. Que sepamos hacer estas cosas no quiere decir que podamos enseñarlas o explicarlas igual que el artista sabe hacer cuadros pero difícilmente sabrá explicar en qué consiste su arte. También el goce de los placeres forma parte de la actitud natural que puede simplemente dedicarse a disfrutar puramente del presente sin desear nada más. Por eso incluiremos aquí también la actitud estética o contemplativa.

 

El problema específico de nuestra cultura contemporánea es que todo el conocimiento teórico acumulado (que es mucho) pasa a formar parte de nuestra actitud natural. De esta manera, vivimos en un mundo penetrado absolutamente por la tecnología de la cual lo único que nos interesa de manera habitual es saber cómo utilizarla y no  sus fundamentos. Así, utilizamos cada día la TV o el ordenador de manera “natural” sin preguntarnos por todo el saber acumulado que hay en su funcionamiento. Pero no hace falta recurrir a los últimos descubrimientos tecnológicos para darnos cuenta de que la actitud natural  ya aparece desde el momento que multiplicamos 6 x 7 de memoria, sin “verlo”, es decir, sin comprender lo que estamos haciendo. Esto implica una pérdida (inevitable) de conciencia histórica contra la cual se eleva la pregunta filosófica.

 

La actitud teórica, por contra, sólo aparece cuando  algo nos defrauda, no cumple las expectativas o no funciona correctamente. Es entonces cuando detenemos nuestra actitud natural y nos ponemos a pensar desconcertados “¿qué está pasando?” La actitud teórica aspira al conocimiento, simplemente por no volver a sentirnos defraudados o engañados. En la actitud teórica aparece por primera vez todo lo que nos rodea de manera explícita. Cuando llegamos a un resultado, lo hemos de poder recordar y transmitir: en eso se basa la cultura como enriquecimiento progresivo de la humanidad. Pensemos en el hombre que, seguramente por casualidad, descubrió el fuego por primera vez.

 

Por todo lo dicho, la actitud teórica implica el uso del lenguaje y es aquí donde los signos aparecen por primera vez como tales. El signo es fundamental para poder “desengancharnos” de la realidad más inmediata y, por tanto, de la actitud natural. Esta separación supone un “dejar de lado” todo lo que nos reclama la atención de manera inmediata y, en cierto sentido, supone un sacrificio. Por ello, a diferencia de la actitud estética o meramente contemplativa de la que hemos hablado anteriormente, esta actitud implica un esfuerzo, tal y como ya hemos visto en El Mito de la Caverna. De aquí que muchos argumentos contra la filosofía sean argumentos que surgen de una pereza existencial. Pero la pereza es incompatible con la inconformidad de la que hemos hablado anteriormente. Por ello, tenemos que decidirnos: o la felicidad de la “sopa boba”o la lucha por la dignidad. Un filósofo checo contemporáneo llamado Jan Patočka (1907-1977) hablaba de “el riesgo de la aspiración a un sentido más elevado”.

 

Por todos los argumentos anteriormente expuestos y en base a la distinción entre actitud natural y actitud teórica, haremos a lo largo de este curso una clara diferenciación entre el conocimiento y el saber, a pesar de que el lenguaje ordinario tiende a confundirlos. Siguiendo la distinción aristotélica, kantiana y heideggeriana, entenderemos el saber como algo más general que el conocimiento, algo que puede ser tanto teórico como práctico. De esta manera, entenderemos por conocimiento única y exclusivamente el saber teórico. El saber en general quedará adscrito, de esta manera, a la actitud natural, mientras que el conocimiento formará parte de la actitud teórica.

 

Hay que matizar que no estamos haciendo ningún tipo de clasificación entre personas, sino sólo entre actitudes. La actitud teórica sólo lo es mientras dura, pero no cuando simplemente se recuerdan y utilizan sus resultados. Así, la mayoría de las veces que multiplicamos simplemente ejecutamos una serie de tareas memorísticas y nos olvidamos de las demostraciones de lo que en realidad  estamos haciendo. Por ello, absolutamente todos, al caminar, al abrir una puerta, al charlar o subir una escalera vivimos habitualmente en la actitud natural. La actitud teórica es siempre una excepción.

 

Sin embargo, hay que recordar que el Mito de la Caverna o Matrix nos muestran de qué manera el conocimiento se relaciona con la libertad, es decir, con una condición política (los corderos no son dueños de sí mismos). Esto quiere decir que la ciudadanía tiene que ver con un cierto tipo de actitud ante la vida y la sociedad.

Ejemplo 1: Sócrates,

filósofo griego muerto en 399 a.C., era también llamado la “avispa de Atenas” porque se dedicaba a incordiar a sus conciudadanos con preguntas del tipo ¿Qué es la virtud?¿Qué es la justicia, belleza, coraje, amor? etc Lo interesante de su acción es que preguntaba a personajes importantes de Atenas que se suponía que sabían este tipo de cosas. Frente a ese “saber aparente” el oponía su famosa afirmación “Sólo sé que no sé nada”. Lo mejor es que siempre acababa ridiculizando el saber aparente de los supuestos “sabios” y haciéndoles ver que ellos eran aún más ignorantes, pues ni siquiera sabían que no sabían nada. A este tipo de reflexión sobre el saber aparente es a lo que llamamos “reflexión de segundo orden”. Puesto que la filosofía es una reflexión sobre el saber aparente (es decir, sobre las opiniones o creencias) debe estar en relación directa con una reflexión sobre la realidad en su conjunto (ontología) y nuestro modo de acceder a ella (teoría del conocimiento).

 

Ejemplo 2. El Mito de la Caverna

 

'Una lectura de El Mito de la Caverna de Platón nos introduce en todos los temas claves de la filosofía. Básicamente en la relación entre libertad, conocimiento y felicidad. La educación es la acción política por excelencia, ya que la pregunta filosófica para Platón es ¿cómo se transmite la virtud?

Ejemplo 3: Matrix

 

Matrix, la famosa película de 1999 de los hermanos Wachowski es, hasta cierto punto, una reposición contemporánea de los temas clásicos de la filosofía y puede ciertamente ser puesta en paralelo con el mito de la caverna. El problema de la realidad aparece en toda su crudeza y con todas las consecuencias políticas que le son inherentes: el que no conoce no es libre, aunque lo crea.

Actitud Natural y Actitud Teórica

Ejemplo 4: Descartes y la duda metódica
 
El mismo Descartes (Filósofo francés 1596-1650 al que se  considera fundador de la filosofía moderna y del Racionalismo) sufrió la experiencia del desengaño: todo aquello que le habían enseñado en el excelente colegio de La Flèche (la física y astronomía medievales) resulto ser falso a la luz de los descubrimientos hechos por Galileo y que Descartes descubrió de mayor. 

 

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