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La dura experiencia del desengaño, que constituye siempre la experiencia filosófica por excelencia, es la misma que ya hemos visto en el caso de Mátrix y del Mito de la Caverna y que lleva a Descartes a buscar de manera radical un principio firme y seguro, absolutamente indudable a partir del que se pueda construir una ciencia evitando que pueda verse de nuevo reducida a cenizas. Para Descartes, el secreto de este nuevo comienzo tiene que ser la evidencia tanto del punto de partida como de todos los pasos que tengamos que dar. Lo realmente moderno de la filosofía de Descartes es entender la evidencia a partir de la certeza, y ésta como indubitabilidad. Es decir, a partir de ahora la evidencia ya no está en las cosas, sino que consiste en la claridad y distinción que se puede dar en la mente humana. A esto lo llamaremos "subjetividad" moderna.

Con esta finalidad, Descartes idea la estrategia de la duda metódica, es decir, de la duda como método (diferente de la duda escéptica). Esta estrategia consistirá en tener como falso todo aquello de lo que quepa un mínimo indicio de duda, con lo que, si quedase algo después de este proceso de duda radical, sería porque es evidente.

 

Descates y la duda metódica

Siguiendo los pasos de Descartes, pensaremos de qué cosas se puede dudar y en qué sentido. Lo primero de lo que podemos dudar es de la experiencia presente. Puesto que tengo la experiencia de haber soñado cosas y situaciones que he creído reales y que después resultaron no serlo, tengo indicios suficientes para dudar de la información que me proporcionan los sentidos como tal. Descartes dice: del mundo externo, ya que, de lo que no puedo dudar es de que siento lo que siento (es decir, de mis vivencias).

Para entender lo que está haciendo Descartes, es fundamental aceptar que no se trata de una duda existencial, sino puramente teórica: en la vida de cada día no me puedo permitir dudar de si es verdad o no el coche que ha tocado el claxon, ya que me atropellará. Fijémonos que Descartes aduce el motivo del sueño, pero igualmente podríamos pensar en las alucinaciones, ilusiones ópticas, estados de alienación mental o, sobre todo, simples errores de apreciación. Los sentidos no ofrecen una información indudable, y la prueba es que a veces se contradicen entre ellos (el sol, la cuchara en el vaso de agua, la cera de la vela).

Pero, si la experiencia fuese toda ella un sueño o una fantasía, ¿quedaría algo todavía firme? tanto si sueño como si estoy despierto los triángulos son triángulos, con las mismas propiedades, y el doble de dos sillas siempre será cuatro sillas. Dicho de otra manera, las verdades matemáticas son válidas incluso en la fantasía. Es cierto que en el sueño puedo ver cuatro sillas y decir “cinco”, ya que puedo cambiar el significado de las palabras, puedo estar totalmente confundido en la atribución de significados, pero no puedo “pensar” el espacio diferente a como es.

Dicho de otra manera, las verdades matemáticas continuarían siendo verdad aunque todo lo que me rodea fuese una pura fantasía, pues su verdad no depende de ninguna comprobación “externa”, ya que no se trata de una realidad “externa” sino “interna”. No puedo dejar de ver con nitidez que dos bojes y dos bojes más hacen cuatro bojes, aunque no sepa lo que es un boje, ni si existe o no. Muy bien, pero... ¿puedo idear aún una estrategia que me haga dudar de este tipo de verdades? ¿Hay algún mínimo indicio que no haga totalmente firmes y seguras las verdades matemáticas?

Lo único que me queda por pensar como posible es que la claridad y distinción con que veo las verdades matemáticas no es nada porque yo estoy hecho de tal manera que me engaño inevitablemente. Esta es la hipótesis que Descartes llama Genio Maligno: podría haber un ser más poderoso que yo (Dios por ejemplo) que provocase en mí el sentimiento de evidencia cuando en realidad estoy totalmente equivocado. Si bien esta hipótesis cartesiana es apropiada para su momento histórico, a nosotros seguramente nos resultará más verosímil la hipótesis del extraterrestre: podemos pensar que, caso de existir seres vivos extraterrestres inteligentes, su forma de razonar no tendría por qué coincidir con la nuestra.

Ahora bien, si acepto esta última hipótesis, ya no puedo confiar nunca más en mi pensamiento. Parece ser que definitivamente estoy deshauciado de cualquier posibilidad de tener algo como evidente con la suficiente firmeza como para poder construir una ciencia.

Pero, detengámonos un momento. Incluso en este último caso, hay algo de lo que no puedo dudar: de que dudo. En este momento, cada vez que repito esta operación, estoy dudando: y eso es indudable. De lo único que no puedo dudar es de que dudo. Pero dudar, de la misma manera que sentir, afirmar, negar, ver, etc...(es decir, todo lo que ahora me pasa) entra dentro de una categoría más general que Descartes llama pensar (por pensar, Descartes entiende: tener ideas en la mente, correspondan a algo real o no). Pues bien, lo que no puedo negar es que estoy pensando, ya que dudar es una forma de pensar: veo con evidencia que tengo ideas. Observemos que lo que hemos puesto en duda constantemente son las posibles referencias de mis ideas, los supuestos objetos del mundo exterior y objetos matemáticos. Pero de lo que no puedo dudar es de que ésas son mis ideas. De la misma manera que puedo dudar que algo soñado sea real, pero no puedo dudar que yo lo he soñado.

Por último, pensar es una manera de existir. Es aquí donde aparece la famosa sentencia de Descartes: pienso, luego existo. Cuando hablamos de existir no nos referimos a cosas concretas como tener un cuerpo tal como lo veo (recordemos lo que ocurre en Matrix). Pero lo que sí tengo son ideas: sólo puede pensar algo que existe (llámesele mente, alma o como sea).

Con esto acabamos el recorrido cartesiano a través de la duda metódica. Observemos que la afirmación “pienso, luego existo” es la verdad firme que buscábamos. Sabemos que es evidente porque no se nos ocurre la manera de dudar de ella. Esto para Descartes significa que la vemos con claridad y distinción. Con claridad vemos todo aquello que sabemos muy bien cuando lo vemos y cuándo no. Con distinción vemos todo aquello de lo que podemos dar unos signos identificativos.

Este ejercicio de reflexión que hemos hecho siguiendo el hilo argumental de Descartes es un ejemplo más de actitud teórica.

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