
LA GENEALOGÍA DE LA MORAL Y LA TRANSMUTACIÓN DE LOS VALORES
En cierto sentido, la muerte de Dios es positiva, porque, al no quedar nada (nihilismo) ya no es posible vivir ni tan sólo por el otro mundo. Así el eterno retorno nos obliga a justificar la vida por la vida misma. Es lo que podríamos llamar un inmanentismo moral. Como en todo lo demás, a Nietzsche le interesa esencialmente la muerte de Dios por las consecuencias morales. Sin trascendencia se opera toda una revolución por lo que se refiere a la fundamentación de la moral. Pero esa revolución ha de pasar por el nihilismo: el sentir que nada nos mueve en el sentido moral. El hombre del nihilismo es el último hombre.
La asunción de la muerte de Dios puede ser propia o impropia. La primera es la propia del superhombre, que supone una nueva moral, relacionada con la creatividad. La creación es un valor dionisiaco. Por el contrario, el último hombre es aquél que pasa de puntillas sobre el nihilismo: es demasiado cobarde para asumir la muerte de Dios, y ante ello se vuelve frívolo. No sabe si es ateo o agnóstico pero no se toma ese reto con la suficiente seriedad. No asume las consecuencias.
Nietzsche idea una impugnación de los valores reinantes (cristianismo, socialismo, platonismo en el fondo) a través del juicio psicológico. Es lo que él llama el trabajo genealógico, que aparece sobre todo en la Genealogía de la Moral, pero también en Aurora. Este trabajo “genealógico” ha sido el modelo de muchas investigaciones en el s. XX. La genealogía consiste en buscar el origen de un determinado valor reduciendo ese valor al absurdo. Así por ejemplo, en Aurora argumenta que hay dos formas de impugnar la moral: 1) Desconfianza sutil hacia los verdaderos motivos que impelen a actuar moralmente, 2) negarla, como la alquimia, en el sentido de que los juicios morales se apoyan en errores. 2) es la de Nietzsche. Esto no ha de significar ¡Vamos a ser inmorales! sino que las razones para actuar con moralidad no son ellas mismas morales; salen de otro sitio. Quizás cambiando nuestra forma de ver podamos cambiar nuestra forma de pensar. Así, el análisis de la moral lleva a que la causa última de los actos morales es el egoísmo o la supervivencia. Esto nos lleva a la conclusión de que el egoísmo o la supervivencia (en definitiva la vida, Dionisos) es la verdadera moral.
Así, p.e. en la Genealogía de la Moral encuentra la genealogía del concepto de “bueno” (incluso la etimología) como sinónimo de “aristocrático”. El problema que plantea a partir de aquí es a) cómo ha pasado a significar casi lo contrario (lo que los demás piensen de nosotros) y b) por qué hemos olvidado y negamos el origen.
La genealogía se plantea como un método. El método “histórico” contrapuesto al método de buscar los principios, típicamente moderno. Así encontraremos el fundamento de la moral no en la racionalidad, sino en la vida, simbolizada por los instintos. Desde el punto de vista de Nietzsche, la genealogía de la moral es lo que “emerge” cuando aplicamos el “positivismo” a la moral.
Ya hemos visto como el origen de sentido de esta moral es platónico en el sentido en que Nietzsche entiende esto (“la virtud prometida para el sabio”. Historia de un error: 1). Pero no hay que olvidar también sus ataques a la moral judía. Representa para él la conciencia del resentimiento. La moral del judaísmo es la moral del resentimiento: yo soy débil, luego vosotros sois malos. Recordemos que el cristianismo es una mezcla de judaísmo y platonismo. Si para los pueblos guerreros originarios malo es sinónimo de mediocre, ahora malo pasará a ser sinónimo de perverso.
Una vez concluida su investigación genealógica Nietzsche llega a la conclusión de que hay dos tipos de morales: la moral originaria “aristocrática” creadora de valores y basada en el principio “yo soy bueno, luego tú eres malo” y la moral “del rebaño” o del resentimiento, basada en la negación del diferente: “tú eres malo, luego yo debo ser bueno”.
Vemos que lo “aristocrático” es la aceptación de la voluntad de poder como fondo último de la realidad y tiene un cierto sentido de creación estética. La moral aristocrática crea valores como el genio crea una obra de arte: creyendo en sí mismo.