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EL NIHILISMO Y LA MUERTE DE DIOS

El intento de racionalizar la vida ya desde Sócrates ha llevado al nihilismo ya que la vida no es racional. Al depositar todas nuestras esperanzas en la racionalidad hemos vaciado de sentido la vida misma tal y como se presenta. Lo que no es racional como la muerte, el sufrimiento o la enfermedad simplemente es negado.

 

Este proceso que empezó con Platón se hizo especialmente notorio en la mentalidad cristiana que desvalora esta vida en función de un más allá. Nietzsche llama a este más allá “trasmundo”.

 

Kant, que une las expectativas del racionalismo más radical a las del cristianismo, llega al punto máximo de racionalización de la vida a través de la moral. Justamente para él lo moral es la pura libertad, y la libertad es actuar “por deber”, es decir por ninguna “causa”, por “nada”. En las tres transformaciones que reseña Nietzsche en Así Habló Zaratrustra, la filosofía kantiana asume la figura del “camello” que lleva la pesada carga del deber. El camello se deberá transformar en león, y éste, en niño.

Así, la historia de la cultura occidental se presenta como historia de un error, como negación de este mundo y negación, por tanto, de la vida. Es otra manera de decir que lo apolíneo se ha impuesto sobre lo dionisiaco. En este contexto, el significado de la muerte de Dios es el de la muerte de todo lo absoluto: del deber, de los principios, de los fundamentos, de todo lo que nos pueda obligar incondicionalmente, de la autoridad. Por eso Nietzsche da la merecida importancia a este acontecimiento que supone que hemos perdido el Norte. No es algo con lo que se deba frivolizar.

 

Pero Nietzsche también dice que somos nosotros los que hemos matado a Dios. Esto quiere decir que esa “nada” que queda tras la muerte de Dios se aclara como “voluntad de poder”. Esto quiere decir que si lo que mueve la voluntad pura es el deber, la no causalidad, en la moral es la voluntad la que se pone siempre a sí misma y a nada más. Esto es la voluntad de poder.

 

De entrada, debemos decir que la muerte de Dios, ha de ser tomada en serio y no con la frivolidad con que se la toman los ateos o agnósticos característicos del s. XX: con la risa con la que se la toman en el mercado cuando el frenético lo canta.

 

En vez de eso, lo que hay que hacer es tomarse en serio el hecho de que sólo haya el mundo (un único mundo; con el mundo verdadero también ha desaparecido el aparente). Ese “tomarse en serio” es lo que significa el eterno retorno. Sólo de esta asunción puede surgir el superhombre.

 

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