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Igual que en otros aspectos de la vida y la cultura, también el amor es subvertido en el romanticismo. El amor es una pasión. Y las pasiones que hasta el s. XIX habían seguido el precepto platónica de que debían ser controladas por la Razón a partir de ese momento, se empieza a desvalorar la razón. El hombre es fundamentalmente pasión (Freud). La razón es mucho menos de lo que creemos. El amor, como pasión y como naturaleza, queda exaltado y liberado de la razón. Así aparece el amor romántico.

EL AMOR ROMÁNTICO

SCHOPENHAUER

 

Para Schopenhauer el amor es una estrategia de la naturaleza para conseguir su fin que es la perpetuación de la especie. El amor no es otra cosa que pura determinación biológica que preferimos cubrir con un velo de romanticismo para no ver una verdad mucho más ordinaria.

 

Así, el amor no es nada sublime, sino un mero instrumento de la vida. La vida, a través de los instintos se las ingenia para reproducirse. El hombre que cree estar enamorado es sólo una minúscula mota de polvo al servicio de la vida. Pero el hombre es profundamente vanidoso y se niega a atravesar el velo de Maya. Esta vida que se re-produce utilizando los instintos es lo que más tarde será denominado voluntad de poder, y es lo que realmente constituye el ser del mundo.

NIETZSCHE

 

Nietzsche (1844-1900) es uno de los grandes exaltadores de la Pasión frente a la Razón

 

En su primera obra El nacimiento de la Tragedia (1872) parte de la contraposición básica entre dos categorias, en principio estéticas, lo apolineo y lo dionisiaco. Así, Nietzsche comienza una crítica de la cultura occidental jugando con la contraposición de dos categorías que siempre han de ser complementarias y que en nuestra historia han perdido esta complementariedad: Mientras lo apolíneo simboliza la racionalidad, forma, figura, lo dionisíaco simboliza la vida, fondo desconocido, uno, misterio. La cultura occidental los ha separado y ha sometido el segundo al primero[1]

 

 

Nuestra cultura siempre será caracterizada porque la racionalidad opera contra la vida. Nietzsche opone en realidad dos mundos y dos tipos de sabiduría: la sabiduría trágica antigua al saber científico moderno. Si lo apolíneo es la belleza de la forma, la sobriedad y el principio de individuación, lo dionisíaco es el fondo oscuro anterior al principio de individuación, y la ebriedad, pero también la vida. La separación de los dos principios y la preeminencia absoluta de lo apolíneo llevada a cabo por Eurípides, Sócrates y Platón llevará a la superstición de que algo ha de ser inteligible y racional para ser bello. Eliminar lo dionisiaco o reducirlo al mínimo en la expresión artística es eliminar el peso de los grandes sentimientos y las grandes pasiones, la verdad de la pequeñez humana ante los dioses y el pecado de la soberbia (hybris). El camino que escogerá el hombre occidental será justamente el de la soberbia, la transformación del MUNDO, la voluntad de poder.

 

Frente a esta soberbía, Nietzsche recuerda la importancia del principio (olvidado) de lo dionisíaco, el fondo abismal Uno-Todo del que todo individuo procede y al que todo irá a parar. Más tarde llamará VIDA a este principio. En ello es deudor de su maestro Schopenhauer y, a su vez, de toda la filosofía y religión oriental en la que éste se inspiró.

 

 

 


 

[1] Recordemos que en su primera época, que podríamos llamar “ilustrada” en la cual pretende operar con Wagner toda una revolución cultural en Alemania, Nietzsche cree en las potencialidades del arte como educador. Y es en este sentido que valora la tragedia griega (de la cual, las óperas wagnerianas serían una reedición). Lo que se “aprende” viendo el destino de Edipo no se puede aprender con un texto razonado. Es algo mucho más interno.

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