
LA VIDA Y LA VOLUNTAD DE PODER
Ya en su primera obra publicada El nacimiento de la Tragedia (1872) se pueden ver el germen de algunos de los grandes temas de su filosofía posterior.
En ella, parte de la contraposición básica entre dos categorías, en principio estéticas, lo apolíneo y lo dionisiaco. Así, Nietzsche comienza una crítica de la cultura occidental jugando con la contraposición de dos nociones que siempre han de ser complementarias y que en nuestra historia han perdido este equilibrio: Mientras lo apolíneo simboliza la racionalidad, forma, sobriedad, individuación, apariencia, figura, lo dionisiaco representa la vida, fondo desconocido, ebriedad, locura, uno-todo, misterio. Desde los tiempos de Sócrates y Eurípides se ha trastocado la relación de fuerzas entre lo apolíneo y lo dionisiaco haciendo al primer principio todopoderoso, tal como expresa el intelectualismo moral que quiere racionalizar la virtud. Después Platón y el Cristianismo serán los máximos responsables de la consolidación de este camino. La cultura occidental será caracterizada porque la racionalidad opera contra la vida.
Nietzsche opone en realidad dos mundos y dos tipos de sabiduría: la sabiduría trágica antigua al saber científico moderno. Si la sabiduría trágica consiste básicamente en una transformación del individuo, en una conmoción; el conocimiento objetivo lo que pretende finalmente es una transformación del mundo. El predominio de lo apolíneo en el arte llevará a la superstición de que algo ha de ser inteligible y racional para ser bello. Eliminar lo dionisiaco o reducirlo al mínimo en la expresión artística es eliminar el peso de los grandes sentimientos y las grandes pasiones, la verdad de la pequeñez humana ante los dioses y el pecado de la soberbia (hybris). El camino que escogerá el hombre occidental será justamente el de la soberbia, la transformación del ser. Esta pretensión de transformar el ser (conocimiento, ciencia y tecnología) es un nombre para la voluntad de poder, que exige, a su vez, que el ser sea inmutable para poder ser dominable.
Frente a esta soberbia, Nietzsche recuerda la importancia del principio (olvidado) de lo dionisiaco, el fondo abismal Uno-Todo del que todo individuo procede y al que todo irá a parar. Más tarde llamará VIDA a este principio y más tarde Voluntad de Poder. En ello es deudor de su maestro Schopenhauer y, a su vez, de toda la filosofía y religión oriental en la que éste se inspiró. Lo dionisiaco, como representante de la ebriedad y del fondo inconmensurable del ser humano apunta al inconsciente que Freud está a punto de descubrir a través del psicoanálisis, aunque no se agote en esta perspectiva.
Efectivamente, es muy oportuno recordar aquí a modo de ejemplo la concepción Schopenhaueriana del amor. Para el maestro de Nietzsche, el amor no es nada sublime, sino un mero instrumento de la vida. La vida, a través de los instintos se las ingenia para reproducirse. El hombre que cree estar enamorado es sólo una minúscula mota de polvo al servicio de la vida. Pero el hombre es profundamente vanidoso y se niega a atravesar el velo de maya. Esta vida que se re-produce utilizando los instintos es lo que más tarde será denominado voluntad de poder, y es lo que realmente constituye el ser de lo ente, el mundo.
También en esta obra apunta Nietzsche a la decadencia de la cultura occidental con un término: NIHILISMO. La prioridad dada por la cultura occidental, a partir de Platón, a lo apolíneo, frente a lo dionisiaco, es causante de la vaciedad de sentido del mundo presente, ya que se han depositado todas las esperanzas y expectativas en el “otro mundo” (platónico o cristiano). Eso hace que, si Dios ha muerto, entonces no nos queda nada en el más acá.