
LA ÉTICA Y LA POLÍTICA
LA ÉTICA
El hombre se mueve, es decir, ejerce una actividad para alcanzar fines o metas: el médico se mueve para curar a un enfermo, el estudiante para aprobar un examen. Ahora bien, estos fines son particulares y determinados, y son, a la vez, medios necesarios para alcanzar otro fin (el médico, quizás ganarse la vida o investigar, el estudiante conseguir un título o aprender, etc.) Todos estos fines están regulados por un fin supremo que es la felicidad (eudaimonia = buen hado, buen destino). Todos los fines mencionados dependen de este último que es el único independiente de todos. Por eso podemos decir que la felicidad es el único fin autárquico.
El problema será ponernos de acuerdo en qué quiere decir “felicidad” y como se consigue. La felicidad es, para Aristóteles el bien específico de la vida humana. Una planta será una buena planta si hace lo que le es propio (crecer y multiplicarse = vida vegetativa). Un animal será un buen animal si hace lo que le es propio (tener sensaciones, estímulos, y responder adecuadamente = vida sensitiva). Observemos que el concepto de Bien no es un concepto “moral” ni restrictivo, sino ontológico, aunque es un concepto ilimitado porque siempre hay un mejor y un peor posibles. Pues bien, el bien específico del hombre consiste en realizar adecuadamente lo que le es propio. Esto, como sabemos, tiene que ver con el logos: el habla, la racionalidad y el conocimiento. Ya con la percepción el hombre disfruta. Por eso la vida perfecta sería la vida contemplativa, pero esta vida es más propia de un dios que de un hombre. El hombre está limitado por bienes exteriores (la salud, un cierto bienestar económico, y equilibrio afectivo) y por otros hombres. Así, el bien específicamente humano es la racionalidad. La vida racional será la mejor vida humanamente posible. Y en esto consiste la felicidad (humanamente posible). A una vida de acuerdo con la racionalidad la llamaremos vida virtuosa. Así, felicidad y virtud son la misma cosa, según la miremos desde un punto de vista objetivo (virtud) o subjetivo (felicidad). Es decir, como cosa deseable hablamos de felicidad, y como cosa digna de elogio hablamos de la virtud. Se puede decir también que la felicidad es la recompensa de la virtud.
Aristóteles divide las virtudes en dos grandes grupos:
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Virtudes éticas (valentía, justicia, templanza, magnanimidad, liberalidad...) Podríamos mencionar más, pero en realidad todas se reducen a elegir siempre el justo medio entre dos extremos siempre posibles. Así, la valentía es el término medio entre la cobardía y la temeridad. Estas virtudes sólo se pueden adquirir con el hábito y el conocimiento exacto de cuál es la situación en que nos encontramos, conocimiento que sólo se va adquiriendo con la experiencia. Todos estaríamos de acuerdo en que es mejor la valentía que cualquiera de los dos extremos posibles. El problema es determinar en cada situación humana concreta en dónde encontraremos el punto medio de la valentía. La phrónesis (prudencia) es la adquisición de este conocimiento práctico. Como todas las virtudes éticas dependen en el fondo del conocimiento, esto quiere decir que la virtud se puede reducir a la vida racional.
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Virtudes intelectuales o dianoéticas. Aristóteles habla de 5 disposiciones (hékseis) por las que nos encontramos en la verdad. Ellas realizan la verdad (aletheuein). Esto son las virtudes intelctuales. Como toda virtud, también son disposiciones activas o hábitos que conducen al bien. Son las propias del alma racional: Ciencia, arte, prudencia, sabiduría e inteligencia. La parte racional del alma se divide en una parte deliberativa (calculadora) y una parte contemplativa (theoria).
De la ciencia y el arte ya hemos hablado en la teoría del conocimiento. Mientras el arte es ya un conocimiento teórico y de las causas, pero enfocado a la producción, un conocimiento universal extraído de la experiencia, pero que no conoce las causas primeras, la ciencia es el conocimiento más universal de todos y conoce las causas primeras. Es conocimiento de los principios y por lo tanto de cosas necesarias. Por eso es demostrativo. La inteligencia es la manera como conocemos los principios. La ciencia (episteme) más la intelección (nous) dan lugar a la sabiduría (sophia). La característica eminente de la sabiduría es que es un saber de la totalidad, sin ser la suma de los saberes particulares:
Para Aristóteles la virtud y la felicidad van unidas como finalidad última, autárquica y soberana (arkhé) de nuestra actividad. El Bien (que en Platón era la explicación última de todo y lo que daba el Norte a todo), identificado con la virtud, es la corrección (ligada a la concepción clásica de la justicia): hacer cada uno o que le es propio de la manera más correcta. Un coche bueno no es aquel que se porta bien, sino el que cumple perfectamente con su finalidad: llevarnos arriba y abajo rápido y sin dar problemas. Lo mismo es válido para todo tipo de ente. Así, el Bien (la virtud) de los seres vivos tiene que ser buscada en la característica esencial de su alma (el principio de automovimiento, es decir, de la vida). Y en concreto, en el hombre en su especificidad, que es la parte racional del alma: ser virtuoso será hacer bien lo que le es propio: pensar, hablar y contemplar la realidad humana y divina. Por otro lado, esta concepción hay que verla plenamente integrada en su concepción metafísica: la de misma manera que el motor inmóvil (Dios, acto puro) mueve sin ser movido, en el caso de los hombres es la felicidad o virtud lo que mueve sin ser movido a la vez (es un fin autárquico) y por eso está relacionado con la parte de nosotros que contempla la divinidad. El hombre participa y está entre los dioses y las bestias, tiene que dirigir la mirada hacia lo que hay de mejor en él, y de más perfecto: lo perfecto es acto puro, lo que ya no necesita más para estar acabado. Por eso la aspiración a la virtud es el deseo, la aspiración humana de perfección. No es ya la perfección, pues hemos de recordar que el motor inmóvil mueve por deseo, si fuese ya la perfección no habría movimiento humano.
LA POLÍTICA
La Política es la obra de Aristóteles dedicada, como el nombre indica originariamente, a la vida en la polis. La polis está indisolublemente ligada a la vida humana: ni los dioses ni las bestias se organizan en poleis, y su fin es el bien supremo del hombre, la plenitud moral (eudaimonia). La polis, si bien constituïda por una unidad anterior como es la família, es ontológicamente anterior a esta ya que “se basta a sí misma” (cosa que no pasa en la familia si el fin es la plenitud). Más allá del hecho de la división del trabajo, hay que decir que la razón humana no es primariamente individual, ya que la lengua materna y la cultura que nos conforma nos la proporciona la comunidad en la que nacemos y vivimos. El hombre sólo acaba de serlo en sociedad y sólo en ella se puede dar el fin último de la humanidad, que es la Vida Contemplativa.
Por otro lado, la polis está íntimamente ligada a la especificidad humana: el logos. Efectivamente, dice Aristóteles, si la sociedad humana es distinta que la de las abejas (o la de las ovejas) es porque el hombre tiene el don de poder “decir” lo que es correcto e incorrecto. En esta concepción comprobamos que la ciudad tiene que complir un ideal de moralidad. La felicidad que propone la ética no es posible para un individuo aislado. De alguna manera, la política es la prolongación de la ética (y queda siempre subordinada a ella).
“Entre los animales, el hombre es el único que posee la palabra. La voz, en efecto, es signo de dolor y placer, y por eso la tienen también los otros animales (porque su naturaleza llega hasta aquí: a tener sensación de dolor y de placer y a hacer señal de todo esto los unos a los otros); la palabra, en cambio, es para manifestar lo que es conveniente y lo que es perjudicial, como también lo que es justo e injusto. Y esto es lo propio del hombre frente a los animales: sólo él percibe lo que es bueno y lo que es malo, lo que es justo e injusto y las otras cosas; y es la comunidad de estos valores lo que constituye la familia y la ciudad”
Aristóteles, Política, I,2
Sorprende, por otro lado, que Aristóteles hable en esta obra de la administración del oikos, es decir, de la economia, cuando habla de la unidad familiar, ya que la administración privada queda, por principio, fuera del ámbito de la política. No obstante, por los comentarios que hace, observamos que a Aristóteles no se le escapa el carácter moral o inmoral de algunas activitades económicas y maneras de enriquecerse. Así, la economía no puede quedar fuera de la valoración moral, como cualquier otra actividad, y, dado que es una actividad que liga las familias a la ciudad (que subsiste por el intercambio entre ellas) tiene que ser puesta en el punto de mira de la política.
Aristóteles es crítico con la ciudad ideal platónica; en definitiva con su carácter revolucionario ya que, de manera general suele defender la moderación y los términos medios (igual que definirá la virtud ética). También esta importancia del término medio social, es decir, de la clase media, será lo que defina su propuesta politica. Él cree que no son necesarios ni cabales tantos cambios como propone Platón en la ciudad.
También se detiene a estudiar el derecho de ciudadanía. Para él, todos lo ciudadanos tendrían que participar alternativamente en el gobierno y en el ser gobernados, y a todo ciudadano le corresponde como mínimo el derecho a tomar parte en la asamblea y en la administración de justicia. Un ciudadano es, pues, aquél a quien le está permitido compartir el poder deliberativo y judicial. Por eso, se entiende como participación en todos los momentos de la vida pública. Con esta prerrogativa se excluye el derecho de ciudadanía (que no la consideración de hombre libres) a los artesanos y otros oficios, pues no disponían del tiempo necesario para tales gestiones. Otra razón es que el trabajo manual hace iliberal al alma e incapacita para la verdadera virtud.
Una de las partes más conocidas de su obra es el estudio de los diferentes tipos de constituciones en que se realiza la polis. Aristóteles divide los gobiernos en aquellos que procuran el interés común y los que se cuidan del interés de los gobernantes. Cada una de estas clases se subdivide en otras tres, con lo que hay tres tipos de constituciones buenas y tres malas o desviadas. A la forma recta de la Monarquía corresponde la forma desviada de la tiranía, a la aristocracia la oligarquía y a la “politeia” la democracia, según mande uno, varios o muchos. Para Aristóteles el idea es que un hombre sobresalga tanto entre todo el resto de ciudadanos, por la excelencia de su vida pública y privada, que sea su monarca y su gobernante natural. Lo que ocurre es que este hombre no acostumbra a darse en la realidad, o sólo en la forma de caudillos o héroes de los pueblos primitivos. Por eso, y a diferencia de lo que piensa Platón, la aristocracia (otra vez el término medio) es mejor que la monarquía. Pero, quizás este es un ideal demasiado elevado para la época contemporánea (de él) y quizás es necesario defender la politeia, poniendo así el gobierno en la clase media.
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UNO VARIOS TODOS
FIN COMÚN MONARQUÍA ARISTOCRACIA POLITEIA
FIN PROPIO TIRANÍA OLIGARQUÍA DEMAGOGIA
Por último, Aristóteles también hace una descripción de la ciudad ideal no utópica:
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La polis debe tener el tamaño adecuado para bastarse a sí misma (ser autosuficiente) y hacer a la vez posible el buen gobierno y el orden. La extensión y la situación también debe ser la adecuada. Como siempre en Aristóteles, la perfección está en el término medio.
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Sobre la ciudadanía: campesinos, artesanos y comerciantes son necesarios pero no gozarán de derechos de Ciudadanía. Sólo lo serán en sentido pleno los guerreros (que serán soldados de jóvenes, magistrados de adultos y sacerdotes en la vejez). Cada ciudadano tendrá un lote de tierra cerca de la ciudad y uno en la frontera. La tierra la trabajarán obreros no ciudadanos.
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La educación, de la que debe cuidar la ciudad debe comenzar por el cuerpo, pero de cara al alma y la razón . La educación debe ser básicamente educación moral. Y con esto volvemos al comienzo: la polis es la bondad moral e integridad de sus ciudadanos, y al revés, sólo si la polis es buena y el sistema educativo es racional, moral y sano, llegarán los ciudadanos a ser buenos.