
Teoría del Conocimiento de Platón
La Forma en la escritura platónica
Para entender el mensaje platónico y no interpretarlo de manera incorrecta, hay que tener muy en cuenta lo que el mismo Platón dice sobre él. Hay dos pronunciamientos especialmente importantes sobre el tema: la Carta VII y el Fedro (mito de Teuth y Tamus). En la Carta dice que él no escribirá nunca sobre los aspectos esenciales de la filosofía, porque la filosofía consiste en una visión propia e intransferible de las Ideas. Esta visión tiene que surgir al final de una larga vida filosófica, concebida esencialmente como diálogo (con los demás y con uno mismo, como lo es el pensamiento). Por eso, la forma de la escritura filosófica tiene que ser el diálogo. Si Platón opta por el diálogo frente a otras formas posibles, es porque considera que todo lo que se dice sólo es relevante en cuanto camino que lleva a la visión. Pero aquello que hay que ver no lo muestra ninguno de los personajes dramáticos. Nosotros llegamos a conclusiones cuando seguimos lo que dicen los personajes, pero no podemos suponer que ninguno de los personajes tenga la verdad indiscutible, ni siquiera Sócrates. El personaje Sócrates no es tanto el reflejo de una verdad absoluta como el reflejo de una vida filosófica, que no quiere decir otra cosa que una vida examinada y mantenida en el esfuerzo de la aporia. Y eso es lo que pretende el diálogo como tal: reflejar la vida de la filosofía en la polis.
Aún así, cuando hay un resultado que Platón quiere transmitir, y precisamente en sus pronunciamientos más trascendentales (mito de la caverna, de la anámnesis, del alma como carro alado,…) lo hace a través de mitos. Un mito es una historia. Una historia que en Platón no hay que entenderla nunca en el sentido literal, sino figurado. Como es el resultado de un camino filosófico, no puede ser nunca desvinculado del camino, el mito siempre requiere una interpretación.
En concreto, en el mito de Teuth y Tamus contenido en el Fedro se habla de la escritura destacando dos aspectos negativos de este don de los dioses: 1) A más escritura menos memoria y 2) a los escritos no se les puede interrogar cuando no se les entiende.
En resumen, hay que decir que, tanto el uso del diálogo como el del mito suponen que Platón busca la forma de escritura en que hay menos escritura.
Con todo esto es coherente el hecho de que Aristóteles, el mejor discípulo de Platón que estuvo 20 años en la Academia, cuando se refiere a la filosofía de Platón se refiere como “doctrina de los principios del uno y la diada indefinida”, es decir de una manera que no conocemos a través de sus diálogos. En los estudios platónicos recientes Giovanni Reale y la Escuela de Tubinga han realizado una labor de la interpretación de los diálogos de Platón al hilo de estas doctrinas no escritas.
El papel de Sócrates en los diálogos: la relación de los hombres con el saber
Como ya sabemos, Sócrates representa la ignorancia que interroga a la pretendida sabiduría. Así es la situación de los hombres en relación con el saber: hay los que no quieren saber (por comodidad, pereza, etc) y los que ya saben demasiado (tanto que han perdido la humildad necesaria por la ignorancia esencial de todos). Los que saben que saben muy poco y quieren saber más y mejor son muy pocos. Estos son los filósofos, representados por Sócrates. En los primeros diálogos (socráticos) vemos el comienzo de una problemática filosófica relacionada con la búsqueda de la definición de Ideas como virtud, belleza, justicia, piedad, amistad, etc. Aquí se puede rastrear el origen de la Teoría de las Ideas. En estos diálogos ya se intenta mostrar como la existencia de la Idea (sepamos nosotros definirla o no) es necesaria para poder entender las cosas sensibles que la imitan (las cosas justas o bellas o piadosas). La Idea se muestra como una frente a la multiplicidad de ejemplos imperfectos.
La reminiscencia
En el Menón (uno de los primeros diálogos de transición) aparece por primera vez la idea de la reminiscencia. Reminiscencia quiere decir recuerdo. Mediante el “recuerdo” se quiere explicar el conocimiento, y se toma como ejemplo el conocimiento matemático. Si nos preguntan por el año de la batalla de Salamina y tenemos una respuesta es porque ya teníamos este conocimiento y lo podemos actualizar en cualquier momento, eso es recordar. Ahora bien, si intentamos saber cómo cambia la superficie de un cuadrado cuando doblamos el lado, podemos llegar a una conclusión verdadera sin que nadie nos lo haya dicho con anterioridad. Esto es lo que realiza el esclavo en el Menón. Lo mismo pasa con todas las demostraciones matemáticas. Si pensamos, llega un momento que las vemos con toda claridad sin que nadie nos lo haya explicado nunca. ¿Cómo puede ser esto? El mito platónico dice que el alma, si recuerda es porque ya sabía. Pero todo esto no lo ha aprendido en este mundo. Así se relaciona la teoría del conocimiento como reminiscencia con la inmortalidad y transmigración del alma, ambos motivos pitagóricos: El alma antes de iniciar su ciclo en la Tierra tuvo acceso a todo el conocimiento. Pero en el momento del nacimiento, cuando se toma contacto con el cuerpo (que es lo imperfecto) se olvida de todo lo conocido. Por eso el camino de esfuerzo que tiene que hacer el alma en la Tierra consiste en intentar recordar aquello que una vez supo. Y esto es la reminiscencia, el recuerdo a partir de pequeñas semejanzas e imitaciones, de las sombras de las cosas (como en el mito de la caverna).
Vemos que esta noción del conocimiento se opone radicalmente a la concepción material del conocimiento que tienen los sofistas. Para los sofistas, el conocimiento es un producto como cualquier otro, que puede ser intercambiado por dinero. Por esta razón, ellos cobran por sus clases. Ellos dicen que enseñan la virtud. Esto querría decir que la virtud se puede intercambiar por dinero. El conocimiento que ellos imparten es material porque es un conocimiento concreto y externo: son datos, técnicas, metodologías, teorías... Todas estas cosas se pueden escuchar y memorizar y volver a repetir en otra situación. Este tipo de conocimiento lo llamaremos exterior. Como ya hemos visto, el conocimiento exterior puede llegar sin esfuerzo, sólo hay que pagar y ya lo tenemos: alguien nos dice lo que hay que saber, pero nunca se nos obliga a pensar, sólo a memorizar.
El conocimiento matemático (y filosófico, podemos anticipar), no es este tipo. Nadie nos puede enseñar a resolver problemas de matemáticas por mucho que paguemos, porque cada caso es diferente y no hay nada que “haya que saber”, sino sólo una cosa: saber pensar, saber enfrentarse a problemas y resolverlos, hacer el esfuerzo de pensar. Como vemos, este tipo de conocimiento es todo lo contrario: no se puede comprar, necesita de un esfuerzo personal e intransferible. A este conocimiento lo llamaremos interior. Lo que es importante constatar es que el conocimiento filosófico es interior y que está más capacitado para la filosofía (y por lo tanto, para aprender lo que es la virtud) aquél que está dispuesto a hacer un esfuerzo (el esclavo de Menón), aunque no tenga nada para empezar, que aquél que sólo sabe comprar cosas (el rico Menón) pero ignora totalmente qué quiere decir “esfuerzo” en el ámbito del pensamiento.
Por cierto, ¿qué quiere decir esfuerzo? Según lo que hemos aprendido en los primeros diálogos de Platón y lo que nos muestra el mismo diálogo que comentamos, el Menón, esfuerzo quiere decir ser capaz de deshacernos de todos nuestros prejuicios y quedarnos “en blanco” ante un problema, para comenzar de nuevo. Esto es lo que la fenomenología llama “actitud teórica” o “epoché”. En términos socráticos es ser capaces de mantenernos en la aporia. Como sabemos, este es el comienzo de la actitud filosófica. Lo que ocurría en los primeros diálogos es que, después de muchos intentos, el personaje interrogado sobre la virtud se quedaba sin recursos (a-poria) y ya no sabía que responder sin caer en una contradicción. Los recursos que tenemos son las opiniones públicas, de uso habitual sobre los temas de opinión. Y el esfuerzo consiste en no abandonar una vez nos hayamos quedado sin recursos. Dicho en terminología más filosófica sería así: el conocimiento interior (filosófico) comienza allá donde acaban los recursos habituales y comienza la aporía (perplejidad).
El mito de la caverna y el símil de la línea
Todo lo que hemos explicado de manera sistemática, aparece en un mito (el de la caverna) y en un símil (el de la línea) en los que se explican los diversos grados de conocimiento que hay (de menor a mayor claridad) y los diversos tipos de objetos que les corresponden. Hay que puntualizar que, si bien el mito de la caverna es usado muy frecuentemente para explicar la ontología platónica, el mismo mito va más allá, ya que se refiere a “el estado en que se encuentran los mortales en relación con la educación y la falta de ella”. No debemos olvidar que este mito está incluido en su diálogo político por excelencia.
El símil de la línea habla de cuatro grados de conocimiento. Los dos primeros corresponden a la opinión (doxa) es decir a aquello que se puede creer pero no demostrar y por lo tanto a todo lo referido al mundo sensible (en el que vivimos, ya que en él no se puede demostrar nada, todo son sombras). Los dos últimos pertenecen a la ciencia (episteme) ya que versan sobre las Ideas inmutables, universales, únicas, perfectas y necesarias sobre las que sí es posible el conocimiento perfecto:
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La Eikasía: visión de iconos, representación por imágenes de las cosas sensibles, es la noción de la realidad que tiene que no la mira directamente sino a través de las representaciones que otros (teatro, sofistas, actualmente podríamos decir: cine, medios de comunicación) hacen de ella.
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La Pistis: creencia, fe. Es la misma palabra que utilizará la patrística cristiana para referirse a Dios.
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La Dianoia: conocimiento discursivo, como el de las matemáticas. Lo importante aquí es el argumento, el desarrollo. Ya forma parte de la ciencia. Es por lo tanto un conocimiento demostrativo.
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La Noesis (intuición). Esta intuición tiene que ver con el hecho de que los primeros principios de la ciencia son autoevidentes, como el principio de no contradicción. Si alguien lo niega, es imposible que le demostremos nada. Que la intuición sea el más elevado grado de conocimiento, tiene que ver con lo que hemos dicho sobre el diálogo como forma de escritura.