top of page
HERÁCLITO

Heráclito nos legó la totalidad de su obra en forma de aforismos. Como en otros casos, la elección del modo de transmisión no puede ser separada del contenido filosófico. Él eligió la forma del aforismo porque no escribe para todos los mortales, sino sólo para aquellos que esten en posición de escuchar, es decir, para aquellos que estén despiertos. De alguna manera, aquellos que ya han visto por ellos mismos. Heráclito dice que hay que escuchar al logos y no a él.

 

Él busca el arché igual que los demás presocráticos, pero, para él, lo que lo gobierna todo es el fuego, que no ha de ser entendido simplemente como otro de los elementos de la physis, sino, sobre todo, como un símbolo. El fuego es símbolo de destrucción, y la destrucción mutua es lo que acontece en el conflicto, en la guerra (polemós). Así, la physis es esencialmente este acontecer o devenir. El devenir no es azaroso o arbitrario, sino que es un acontecer según reglas inalterables, y estas reglas son el logos. Día-Noche, Invierno-Verano, Vida-Muerte: todas estas cosas son apariencias de una ley más profunda que lo gobierna todo y que dictamina su alternancia ordenada. Es decir, lo que hay es una Armonía en el conflicto de los contrarios. Esta Armonía, ley o razón es el logos porque es aquello que es común a todo, y es arché porque todo lo gobierna: Dicho casi en griego: el arché de la physis es logos porque la physis es kosmos.

En el fragmento 212 nos dice que « la guerra es el padre y el rey de todas las cosas », es decir, la guerra (simbolizada por el fuego) es el arhé aquello que gobierno todo, constituyendo el fundamento del devenir o fluir del mundo. Ahora bien, puesto que el fundamento que todo lo acoge ha de aparecer como logos, la guerra no puede ser la destrucción total, ninguno de los extremos en conflicto podría desaparecer totalmente, ya que esto destruiría la justicia universal (diké) que aquí gobierna igual que en Anaximandro. Por eso afirma también que “la justicia es discordia”, utilizando ese estilo tan estimado en él que consiste en mostrar en un aforismo la identidad de términos supuestamente contradictorios. Y es que la filosofía no es para el común de los mortales, sino sólo para aquellos que están “despiertos”. La metáfora del sueño y el despertar, seguirá vigente en nuestra cultura al menos hasta Descartes. En resumen, la justicia, que se muestra como polemos debe mantener su apariencia en la tensión (como la del arco y la lira, dice). En esta tensión entre contrarios, que se transforman unos en otros, en ello radica la unidad del todo.

 

Observemos que, a diferencia de Parménides, Heráclito no niega validez a la vivencia de la experiencia, sino sólo si no se sabe interpretar. Él afirma el devenir, y el devenir es algo que observamos, lo que ocurre es que los sentidos son inútiles para aquel que no sepa interpretarlos (para aquel que está como dormido, para aquel que parece tener una inteligencia particular). Por supuesto, esta es la figura del filósofo: el que está despierto, el que entiende “lo común”, el que sabe interpretar lo que ve. La cuestión es que el logos ha de ser uno, y no múltiple como parecen mostrar los sentidos. Esto es algo que encontraremos de manera decidida en la búsqueda platónica de la idea aunque éste último crea que lo afirma contra Heráclito: la multiplicidad de los sentidos (y del placer a ellos vinculado) debe leerse en términos de la unidad del logos (o la idea). El flujo es, ciertamente, la renuncia al despertar.

 

Siguiendo la pista del aforismo 212 aún encontramos algo interesante: “a unos los muestra como dioses, y a otros como hombres”. Este es un de los textos filosóficos más atrevidos, por el que cualquiera podría ser condenado por impiedad. Pues fijémosnos que la diké del polemos se sitúa incluso por encima de los dioses. El ser dios u hombre es sólo una máscara, una apariencia más en ese flujo continuo del devenir gobernado por el polemos. A diferencia de la concepción mítica del universo según la cual sólo el destino está por encima de dioses y hombres, aquí nos encontramos que dioses son sólo una parte de la realidad, un extremo de la tension, gobernados por un principio que el filósofo puede conocer. La tensión que todo lo gobierna es la del arco y la lira, fragmento muy citado y poco comentado. Observemos que si el arco es un instrumento de destrucción, la lira produce algo tan celestial como la música, la armonía, la belleza. Uno no puede ser sin lo otro. La misma tensión que subyace en todo conflictor aniquilador es necesaria para producir la armonía y la belleza.

 

Con respecto a la teología de Heráclito, y al hilo del fragmento que hemos comentado hay que decir dos cosas:

 

  • Por un lado, estos “dioses” en plural, son los dioses homéricos o hesiódicos, de la tradición griega (del mito), pero no el Dios único (Zeus) que aparece en otros aforismos como imagen de la justicia divina muy por encima de la percepción humana. La justicia divina es precisamente la visión no particular de cada hombre (de aquellos que parece que tuviesen una inteligencia particular), la visión total. El hombre, como elemento que forma parte de la misma tensión, no puede ver que en el fondo hay justicia. Si el hombre pudiese entender su propia destrucción, su muerte, como parte de la justicia universal, ya estaría por encima de la simple condición mortal.

  • Con ello nos queda la siguiente pregunta: el hombre que puede contemplar esta armonía universal, por encima de su simple condición mortal ¿es ya un dios? No ciertamente, pues con ello no deja de ser mortal, pero sí que detenta un conocimiento en principio sólo reservado a los dioses: el conocimiento del todo. Por ello, encontramos aquí una confirmación de la tesis del filósofo checo J. Patočka según el cual la filosofía nace como una hybris, como una insolencia ante la limitación de la condición humana que los dioses han impuesto a los inmortales. Esta insolencia o hybris es castigada en el mundo del mito: así Edipo, así Adán y Eva.

  • b-facebook
  • Twitter Round
  • b-youtube
bottom of page