LOS MILESIOS
En esta categoría se incluye a Tales, Anaxímenes, Anaximandro y los llamados pluralistas (sobre todo Anaxágoras y Demócrito).
La pregunta filosófica consiste en la búsqueda del arkhé de la physis. Sobre la formulación de esta pregunta hay que advertir de lo siguiente: Sólo en el caso de Anaximandro y de los pluralistas conservamos algún fragmento, y en ellos no está claro que se hable del arkhé de la physis. Donde aparece propiamente esta terminología es en Aristóteles, en el contexto de la elaboración de su breve historia de la filosofía, contenida en la Metafísica, y en los comentaristas posteriores. Incluso se podría pensar que la preocupación es más aristotélica que presocrática. En Heráclito y Parménides, de los que se conservan más fragmentos, ni hay ninguna mención a l’arkhé.
La physis es la naturaleza, pero entendida como lo que crece, surge y cambia, se genera y degenera por ella misma. Lo que tiene en sí mismo el principio de generación y destrucción. El arché es el principio, pero también el gobierno (de la nave, por ejemplo). Por ello, hay que entender que es lo que hay al comienzo de todo (inicio temporal) y que rige todos los cambios (toda generación y destrucción). Ambos sentidos están relacionados: para gobernar, la physis tiene que estar presente desde el principio.

Para Tales (630-545 a.C.), el principio, el elemento que lo gobierna todo y del que todo procede es el agua. Para Anaxímenes (585-524 a.C.), en cambio, es el aire. En ambos casos es un elemento de los tradicionales en la cultura griega. Para los griegos, había cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, relacionados por relaciones de oposición (cálido-frio-seco-húmedo). Un elemento es aquello que no puede ser reducido a ninguna otra cosa, sino que todas las substancias de la naturaleza son combinaciones de ellos. Por eso, en un primer acceso a la pregunta por el gobierno de la naturaleza es lógico pensar que el arkhé tenga que ser alguno de estos cuatro elementos, con lo cual se está diciendo, implícitamente, que sólo él (el arkhé) es el verdadero elemento. Un grado mayor de problematización hallamos en Anaximandro (610-546 a.C.), para el cual el arché es lo apeiron, derivado de peras (límite o final). Así, lo apeiron sería lo indeterminado o indefinido, lo que no tiene límite ni final. Efectivamente, si hay algún elemento primordial a partir del cual fuesen generados todos los demás, este elemento no podría tener principio (pues él es el principio de todo). De hecho, esta física cosmológica no es más que una reformulación de la cosmogonía griega, según la cual, en todas sus versiones, el mundo (kosmos, es decir el todo ordenado) deriva siempre del kaos (lo mismo, pero sin orden). Para la mentalidad griega no hay un origen del todo a partir de la nada; esto sería intelectualmente incomprensible, tal como demuestra más adelante Parménides. El mundo no es aquello que aparece a partir de la nada, sino la reorganización de todo, de manera que se haga presente la ley (logos o nomos) que gobierna la totalidad. La creación del mundo es la aparición de la ley universal. Este apeiron también es aquello a donde todo ha de ir a parar, según la retribución mutua de la justicia (diké): “…el nacimiento a los seres existentes les viene de aquello en lo que se convierten al perecer, según la necesidad, pues se pagan mutua pena y retribución por su injusticia según la retribución del tiempo”.
Aunque en los filósofos presocráticos no podemos trazar de ningún modo una clara frontera entre lo que es “físico” y lo que es “metafísico”, hay que recordar que su arkhé es concebido también en téminos muy concretos y abundan las especulaciones sobre los procesos materiales que podrían haber tenido lugar en la formación del mundo. Por ello, también investigaron lo que hoy clasificariamos como “astronomía” y por ende “matemáticas”, dando resultados muy notables.
Así Tales, fue considerado como uno de los siete sabios de Grecia, entre otras cosas porque supo predecir el eclipse de Sol de 585 a.C. dejando atónitos a los milesios. Los intereses de Tales también eran de orden práctico, su famoso teorema, base de la trigonometría, le permitió conocer la distancia entre las naves en el mar, o medir la altura de las pirámides.
Parece probado que Anaximandro (un poco más joven que Tales) afirmó la existencia de mundos infinitos (aunque más bien en la sucesión del tiempo). Inventó el gnomon que, midiendo la sombra según la estación podía indicar la latitud, y fue el primero en trazar un mapa terrestre. También observó la existencia de restos fósiles marinos en algunas cuevas, llegando a la sabia deducción de que los mares estaban retrocediendo y de que la vida debía de haberse formado en lo húmedo.
Anaxímenes, según cálculos hipotéticos, parece ser que fue el más joven de los milesios (unos 22 años más joven que Anaximandro). Aunque poner nuevamente un elemento como arkhé es una cierta regresión respecto a Anaximandro, hay una mayor elaboración de la teoría, es decir, de cómo el aire, a través de rarefacciones y condensaciones puede dar lugar a las diferentes cualidades que componen los tres restantes elementos. Al concebir, además, el aire en continuo movimiento, tiene una noción muy próxima al atomismo posterior, en que las partículas de aire podrían ser consideradas los “protoátomos” que dan lugar a los diferentes elementos en los procesos ya citados de rarefacción y condensación. Por otro lado, también supuso una regresión su cosmología respecto a la de Anaximandro, ya que, como consecuencia de hacer el aire el elemento fundamental, concibió el firmamento como cuerpos planos cabalgando sobre el aire: “La tierra es plana y cabalga sobre el aire, e igualmente el sol, la luna y los demás cuerpos celestes, todos de fuego, cabalgan sobre el aire, debido a que también son planos.
LOS PLURALISTAS
Aunque los hayamos incluido en el marco de los presocráticos físicos –pues lo son-, hay que tener en cuenta que son posteriores en el tiempo y han asimilado ya un cierto bagaje filosófico.
Este bagaje se concreta en el conocimiento que pudieron tener de los presocráticos metafísicos y sobre todo de la filosofía parmenídea (o de alguna versión de ella, como la de Zenón y sus paradojas sobre el movimiento). Así pues, en cierto sentido, los pluralistas constituyen una respuesta a las consecuencias de la revolución que supone la metafísica de Parménides. Ya podemos avanzar que ellos extraerán de su doctrina la concepción de que los cambios que nos muestran los sentidos son pura apariencia, porque la verdadera realidad (el ser) no puede comenzar ni dejar de ser. Desde un punto de vista material (como es el de los materialistas), esto significa que todo cambio (y, en definitiva, todo movimiento) es el resultado de combinaciones de elementos eternos e inmutables (es decir, con las propiedades del ser). El caso más de acuerdo con nuestro sentido común epocal es el del atomismo de Demócrito (460-370 a. C., 10 años más joven que Sócrates): todo lo que vemos sería resultado de combinaciones entre los infinitos átomos que hay en el universo: átomo es precisamente una palabra griega que significa “indivisible”. Así, todo lo que nos muestran los sentidos son cualidades puramente subjetivas, resultado del encuentro de átomos exteriores con los nuestros, pero no se dan en la realidad. Las únicas diferencias entre átomos son de forma, medida y posición. Para Empédocles (490-430 a.C.), en cambio, hay cuatro tipos de átomos: fuego, aire, tierra y agua. Para explicar las diferentes combinaciones entre ellos, que dan lugar a todas las sustancias físicas, Empédocles habla de Amor (atracción) y Odio (repulsión), como fuerzas básicas del universo.
Para Anaxágoras (500-428 a.C.), probablemente el autor del pluralismo más complejo, no hay átomos, en el sentido que la división de la materia no tiene ningún punto final. Para explicar los procesos naturales, Anaxágoras llega a la conclusión de que “en todo hay de todo”. Estos conjuntos básicos son “homeomerías” porque son parecidos en todos los cuerpos y se denominan semillas (spermata). Todos estos cambios están gobernados por una inteligencia (Nous), de una materia mucho más sutil.
Según cuenta Platón en el Fedón Anaxágoras todo lo atribuye a la mente, pero luego no lo explica tomando como causa lo mejor (la mente actúa según lo mejor) sino el aire o el éter (98c).
Allí Sócrates critica la concepción materialista de Anaxágoras: "Una cosa es la causa real de algo y otra aquello sin lo cual la causa nunca podría ser causa". Para Sócrates lo que falla es el método, no el contenido. "Se apoderó de mí el temor de quedarme ciego de alma si miraba a las cosas con los ojos y pretendía alcanzarlas con cada uno de los sentidos".
Para los atomistas, los primeros, según parece, en plantear la cuestión, el peso es algo relativo: depende de la cantidad o magnitud de los átomos que compongan un cuerpo. Puesto que hay dos principios de los cuerpos, a saber, los átomos y el vacío, basta con que varíe la cantidad de vacío que contiene un cuerpo para que varíe su peso. Esto implica que todos los cuerpos tienen peso; lo único que ocurre es que unos pesan más que otros y a los que pesan menos que el aire les llamamos leves.