
PARMÉNIDES
Al contrario de lo que la tradición se obstinó en mantener, Parménides no niega el cambio, entre otras cosas porque no afirma que “el ente es”. De afirmar tal trivialidad, no habría pasado a la memoria histórica de la filosofía. Lo que Parménides afirma es algo mucho menos trivial y, no por ello, menos necesario: que el ser es. Dicho de otra manera: aquello en lo que consiste el ser de todo lo que es, es imposible mostrarlo sin convertirlo a la vez en ente. Cuando Parménides afirma la posibilidad de sólo dos vías: la de la Verdad y la de la Opinión de los mortales, está haciendo algo muy parecido a Heráclito cuando afirma que “malos testimonios son los sentidos para aquellos que no saben interpretarlos”: contraponer la unidad del Ser a la multiplicidad del flujo.
EL POEMA
En lo que respecta al aspecto de experiencia mística del proemio o introducción, hay que tener en cuenta que Parménides de joven fue pitagórico y estaba familiarizado con las sociedades místico-secretas.
La forma es aquí tan inseparable del contenido filosófico como en el caso de Heráclito. Parménides escribe un poema en lenguaje mistérico porque presenta la verdad como una revelación divina. Al igual que en Heráclito, la verdad es algo que sólo puede ser puesto en el texto de manera parcial. Detrás debe ir la intuición y el esfuerzo humano por aprehender la palabra que, por sí sola no es nada.
“Las yeguas que me arrastran me transportan tan lejos como mi ánimo deseaba, cuando las diosas conductoras me trajeron al famoso camino, el cual guía al hombre sabio a través de todas las ciudades”.
Si para llegar al conocimiento se requiere un camino adecuado también son precisos otros medios: caballo, las Helíades (hijas del Sol) y Eros. El conocimiento requiere amor, esfuerzo y deseo.
Los caballos y las Helíades significan respectivamente el impulso y la dirección de éste: la vocación personal a la sabiduría (tema principal entre los filósofos griegos). La figura de las Helíades es dual: indican lo objetivo y lo subjetivo elevado del hombre. Son el puente de unión entre lo objetivo, el sol, la verdad y el hombre que en su parte más elevada debe asemejarse y tender al sol.
Así, la diosa muestra a Parménides un camino “alejado de los transitados senderos de los hombres”, un camino cuya puerta está asegurada con cerrojo. Es un camino que, al igual que el de Heráclito no está hecho para la mayoría de los mortales. Seguramente la aristocrática y mistérica transmisión es lo que es necesario explicar a través de la forma. A diferencia del tratado posterior, lo que escriben estos filósofos no va dirigido a todo el mundo, sino sólo a unos cuantos. Esto quiere decir que no se persigue el convencer (como en los tratados sofísticos), sino el “hacer ver” a aquellos que ya se encuentran en la disposición adecuada, a aquellos que ya saben “escuchar”
En este poema, la diosa (la única que “sabe” y es inmortal) muestra el camino a un joven (que ha de aprender aún). Esto que le muestra es el camino del Ser, la Via de la Verdad.
LA VÍA DE LA VERDAD
La Vía de la Verdad, a diferencia de la Vía de la doxa en la que no hay verdadera convicción, es el único camino transitable, el camino de lo que hay realmente en el mundo. Este es el momento en que queda inaugurada explícitamente la Metafísica. Si nos planteamos de manera ingenua la pregunta “¿qué es lo que hay en el mundo?” responderemos: el día y la noche, el verano y el invierno, la vida y la muerte. Pero, ya sabemos por Heráclito que esos opuestos son sólo la apariencia de una realidad inmutable que es la continua lucha entre ellos, son diferentes aspectos del mismo fuego. Lo único que hay es una armonía invisible (lo que es común) más intensa que la visible. Pues bien, esto único que hay, esto es el ser. Lo mismo que era el logos para Heráclito. Pero además Parménides explicita en otro sitio que lo mismo es legein y einai (lo mismo hay para el ser y para el pensar). Lo que no es, en realidad no puede ser pensado, el camino del no-ser es ignoto. Y lo que no puede ser pensado, no puede ser nunca.
Lo que no puede ser pensado es cómo el día puede proceder de la noche si son dos cosas diferentes. Si el día y la noche fuesen realmente diferentes, entonces no estarían gobernados (arché) por una regla inalterable que dictamina cuando es día y cuando es noche. Hay una armonía que gobierna sobre ellos. La noche no puede ser pensada sin el día y al revés. Esto sólo puede querer decir que lo que siempre es no puede ser el día o la noche, sino algo constante (lo común para Heráclito). Este algo constante no puede ser percibido con los ojos. Esto es la ley del cambio. El cambio sin ley sería irracional y aleatorio. Por eso, el camino del ser es “ingenerado e imperecedero, completo, intrémulo y sin fin, y no fue antes ni será, sino que es todo a la vez, uno, continuo. Pues, ¿qué nacimiento le buscarás?¿cómo y de dónde se habría formado?”.
Obviamente, lo arché no puede nacer de nada, ya que es a partir de ello que se genera todo nacimiento. Lo arché siempre es lo que está determinando y dictaminando todo cambio.
¿Qué necesidad impulsa a la noche a ser noche? ¿qué necesidad impulsa a todo a crecer y cambiar? ¿qué necesidad nos impulsa a mirar? Sea cual sea, esta necesidad no comienza a existir ni deja de existir, pues es la misma necesidad de la existencia. Y esta necesidad, siempre es. De la misma manera y por el mismo motivo, el ser no puede dejar de ser. No hay ninguna necesidad que explique esto. Lo que es sólo apariencia (como el día o la noche) es lo que realmente no es: Via de la doxa. Desde el momento en que damos una explicación al cambio, sea a la noche, deja de ser algo: el hecho de que la Tierra está transitoriamente de espaldas al Sol. Todo lo explica el movimiento. Lo único que hay es el movimiento, que siempre es.