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LA FILOSOFÍA POLÍTICA EN EL RENACIMIENTO

Thomas More (1480-1535) es quien acuña la palabra Utopía, gracias a su libro (que lleva este título) en el que describe el funcionamiento de una sociedad políticamente perfecta, es decir, ideal. U-topos quiere decir literalmente no-lugar, lo que nos informa de la despreocupación de More por la posibilidad o no de realización de esta organización social. Uno de los rasgos a destacar de esta sociedad es que ya no es una ciudad celestial, sino laica, terrenal; es decir, el nexo de unión no es ético ni religioso, sino puramente social. Precisamente por esta razón se puede decir que es una sociedad tolerante. Aquí la religión sólo cumple una función política, la de dar un cierto orden a la sociedad. Obviamente, el interés de esta obra no es el de ofrecer la descripción de una ciudad ideal irrealizable, sino la crítica que contiene a la sociedad presente.

Otro aspecto a destacar es la crítica de la propiedad privada, considerada como el mal de la sociedad. En Utopía no hay propiedad privada, al igual que en algunos pueblos indígenas de América, según se explica en las crónicas, y esto hace que sus ciudadanos no estén en conflicto continuo como los europeos.

 

Francis Bacon (1561-1626) también nos explica el funcionamiento de una sociedad ideal, es decir, de una “utopía” en su libro La Nueva Atlántida. La diferencia es que su utopía es tecnocrática. Es decir, en su sociedad ideal, quien gobierna son los intelectuales o científicos que tienen el dominio de la naturaleza. Podríamos decir que la sociedad ideal de Bacon es como la República platónica, pero el filósofo ha sido sustituido por el técnico, por aquél que sabe cuáles son las leyes de la naturaleza y como variar su curso. Como podemos ver, esto es el embrión de muchas teorías ilustradas.

 

NICOLÁS MAQUIAVELO

 

Por último, Maquiavelo (1469-1527) es quien realmente da un giro en todo el pensamiento político europeo. Por primera vez separa dos ámbitos indisolubles en el pensamiento antiguo, como son la ética y la política. Y esto es exactamente lo que tiene de moderno.

 

En la Antigüedad y la Edad Media, la política era concebida como una extensión de la ética, a saber, su extensión social. La política es sólo el instrumento por el cual hay que instaurar la moralidad en la sociedad. Esto vale para la ciudad ideal platónica o para la ciudad agustiniana y está expresado de manera literal por Aristóteles en su Política. Maquiavelo es el primero que afirma que la política sólo se puede someter a la ética a cambio de perder toda su fuerza. La política sería idéntica a la ética en una sociedad de hombres buenos, en una sociedad ideal, pero, dado que los hombres no son tan buenos, la bondad total del gobernante sólo puede ser una ingenuidad. Dicho de otra manera: un buen político es aquél que gobierna y mantiene el gobierno del Estado. Y esto implica mentir, engañar, espiar, conspirar e incluso asesinar si es necesario. Hay una contradicción entre los fines de la ética y los de la política (mantener el poder). Eufemísticamente se puede hablar (Croce) de la “autonomía de la política”.

 

Así, la virtud del príncipe, consiste para Maquiavelo en un 50% de razón que se expresa a través de unas buenas leyes y un 50% de animalidad, es decir, de buenas armas. Estas buenas armas tienen que ser un 25% la fuerza del león y un 25% la astucia del zorro. La astucia tiene que ver, entre otras cosas con el mantenimiento de la apariencia. La apariencia es fundamental para gobernar. El príncipe debe mostrarse como virtuoso.

 

Todo esto no quiere decir, ni mucho menos, que la política sea una ciencia exacta. Muy al contrario, para Maquiavelo, la Fortuna está por encima de todos y hará de nosotros lo que quiera. Aún así, sólo podemos vencerla con el conocimiento de la historia, ya que en el mundo siempre han pasado las mismas cosas y los hombres siempre han sido iguales.

 

El Príncipe es un manual de instrucciones de cómo ha de gobernar un príncipe o rey para mantener sus posesiones y su poder. Es un manual pragmático, en absoluto idealista. Es todo lo contrario de la República de Platón. Y no es nada ingenuo. Contiene soluciones concretas para problemas concretos. Por ejemplo: “cómo conservar un principado en las circunstancias X”

 

Maquiavelo no era un filósofo profesional (ya hemos dicho que esto era común en las figuras más destacadas del Renacimiento) y ni siquiera aficionado. Sin embargo era un alto funcionario de la Cancillería florentina (que conocía de primera mano la política real) y un personaje de vasta cultura. Su libro implica conocimientos históricos: como en el cap. III: “por qué, ocupado el reino de Darío por Alejandro, no se rebeló contra sus sucesores después de su muerte”, o sociológicos: “fácil es hacerles creer una cosa (a los pueblos), pero difícil hacerles persistir en su creencia”.

 

Lo más impactante es su alejamiento de cualquier moral convencional: “Un príncipe que...quiere ser bueno, cuando está rodeado de gentes que no lo son, no puede menos que caminar hacia un desastre”.

 

“Los hombres son malos, a no ser que se les obligue por la fuerza a ser buenos”.

 

“Más vale ser violento que ponderado, porque la fortuna es mujer y por ello conviene, para conservarla sumisa, zaherirla y zurrarla”.

 

También hay que destacar la concepción de Maquiavelo de la religión. Siguiendo la tradición averroísta que Maquiavelo conoció, se entiende que la religión es un instrumento de dominio del vulgo al servicio de la política. Para Averroes, la única verdad definitiva es la filosofía, y la religión consiste en un conjunto de mitos de intención moral que aleccionan al vulgo sobre las buenas acciones, es decir, es una moral en la que el fundamento filosófico es sustituido por mitología. Pues bien, para Maquiavelo, para el cual además, ninguna religión es eterna, sino que todas están sometidas al ciclo de la fortuna, la función de todas ellas es una función esencialmente política de educación del vulgo. La religión aparece subordinada a la patria en tanto que ideología cohesionadora, educadora, formadora y movilizadora del cuerpo social. Por otro lado, el origen de la religión es natural, de ningún modo sobrenatural.

 

En concreto, la religión cristiana es  mucho menos eficaz y positiva que la religión antigua romana (que Maquiavelo admiraba): “parece que con el cristianismo se haya afeminado el mundo y desarmado el Cielo” (Discorsi II, 2). Según Maquiavelo, al contrario de lo que afirman algunos, la Iglesia Romana ha perjudicado a Italia por dos motivos: 1) por los malos ejemplos que ha dado a través de la conducta de muchos de sus miembros, y 2) porque mantiene el país dividido en función de su propio beneficio puramente terrenal.

 

A pesar de todo lo dicho, aunque la sociedad humana está en este cosmos del naturalismo regido por los ciclos astrales, cuya función causal Maquiavelo reconoce explícitamente, la historia se explica a través de relaciones causales puramente humanas, psicológicas y políticas: la grandeza y perfección de los estados son la consecuencia de la virtud de los jefes y de los miembros, del legislador y de los ciudadanos. La decadencia es la consecuencia de los errores y debilidades humanas: la historia procede siempre en lo bueno y en lo malo de las pasiones humanas.

 

Al igual que en la República platónica, en Maquiavelo (en El Asno) también hay una comparación entre una ciudad de cerdos (el cerdo simboliza la simplicidad) y una ciudad humana. El animal está mucho más cercano a la naturaleza y vive en una sociedad más tranquila, igual que en la sociedad precainita. Pero la característica más notoria del hombre es la ambición, y eso es lo que hace imposible organizarse como una simple sociedad de cerdos.

 

El origen de la sociedad emana del temor y de la búsqueda de seguridad, pero también de la imposición de una autoridad individual. En este momento nacen las leyes, los castigos y el conocimiento de la justicia. Para Maquiavelo, la fuerza cohesionadora y la fuente del derecho y de la ley es el jefe (el legislador), y su virtud se conoce de dos maneras: como elección del lugar para el asentamiento de la ciudad, del Estado y como ordenación de las leyes. La tarea del legislador es la de prever todas las posibles situaciones futuras sin necesidad de cambiar en el futuro las leyes en función de las circunstancias cambiantes. Esta virtud se llama prudencia.

 

Si el hombre es el sujeto de la historia, la sabiduría política dependerá del conocimiento de sus pasiones y móviles. Hay que tener en cuenta, además, que la historia es siempre idéntica, por ello su conocimiento es tan útil para conocer la naturaleza humana: “quien quiera ver lo que ha de ocurrir debe considerar lo que ha ocurrido, porque todas las cosas del mundo, en cualquier tiempo, tienen su justa réplica en el pasado” (Discorsi III, 43). La historia y la política son siempre idénticas y los hombres además la repiten al ignorar precisamente su uniformidad. Hay una identidad histórica, sí, aunque con diferencias de mayor o menor virtud y orden según los lugares o de progreso y decadencia en el tiempo, que dependen de la educación, es decir, de la organización política y constitucional del Estado.

 

En este contexto, hay que decir que Maquiavelo había asumido la teoría de Polibio que, recogiendo los seis regímenes aristotélicos, los enlazó en una sucesión histórica (monarquía-tiranía-aristocracia-oligarquía-democracia-demagogia) de corrupción que, cuando llega al máximo grado de decadencia (la demagogia) debe cíclicamente volver a comenzar.

 

Según Maquiavelo hay dos humores en el Estado: el pueblo y los grandes. Los grandes quieren oprimir al pueblo y éste no se quiere dejar oprimir. Por eso siempre hay que gestionar un conflicto. Por otro lado, ante el esquema de Polibio, para Maquiavelo todos los regímenes son malos, unos intrínsecamente, y los otros por la tendencia a la decadencia y por su poca duración. Por eso propone un régimen mixto al estilo de Aristóteles o Tomás, en el que el príncipe medie entre los grandes (aristocracia) y el pueblo (democracia).

 

Así, el príncipe es como el demiurgo del Estado que debe crear un nuevo orden, o reorganizar los órdenes existentes. Por eso Maquiavelo lo concibe como un legislador. El legislador debe tener prudencia y sabiduría, pero también fuerza: puesto que cambiar un orden significa hacer desaparecer privilegios antiguos (cuyos poseedores lucharán por mantenerlos), y los nuevos adjudicatarios de estos derechos todavía son demasiado tímidos para reivindicarlos. El legislador, cuando se ha llegado a un cierto estado de decadencia, debe ser un reformador, y debe tener suficiente fuerza para hacerlo: porque deberá reconducir todo el ordenamiento a sus principios.

 

Los órdenes (es decir, los instrumentos del poder y cohesionadores del cuerpo social) son las leyes, la educación y la religión. Las leyes tienen su base en el temor, que se debe conjugar con el amor. La religión es un orden básico del Estado, del que ya hemos hablado.

 

Como conclusión debemos decir que la recompensa del príncipe que funde unos órdenes duraderos será, simplemente, la gloria.

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