Es importante constatar de qué hablamos cuando hablamos de ciudadanía y democracia en el mundo antiguo. Según la concepción antigua hombre necesita de la comunidad para sobrevivir y, por lo tanto, también para su felicidad. Esto es lo que quiere decir Aristóteles cuando afirma que el hombre es un animal político: no sólo que como animal (para subsistir) ya necesita de la comunidad, sino que el hombre sólo es plenamente humano en la polis. Pero precisamente la búsqueda de la felicidad (y seguimos con Aristóteles) sólo puede empezar una vez ya están satisfechas las necesidades básicas (y animales) del hombre. O dicho en griego: la política empieza allí donde acaba la economía. La economía responde a la esfera privada, mientras que la política constituye la esfera pública. La esfera pública estaba constituida por la asamblea de la que formaban parte todos los ciudadanos. Los ciudadanos eran los cabeza de familia. Así, cada familia constituía el ámbito de los intereses privados y negocios. Quien se despreocupaba del ámbito público era mal visto como idiotés. Por otra parte, mientras que en el ámbito privado se daba una jerarquía (cabeza de familia-mujer-hijos-esclavos…), en el ámbito público había una democracia directa a través de la asamblea.
LA NOCIÓN DE CIUDADANÍA

La identificación contemporánea de la política con la economía, hija del mundo capitalista, tiene que ver con otra identificación: la que se da entre la justicia y la igualdad. Para nosotros, la justicia consiste en la igualdad de todos. En cambio, para los griegos, la política es el ámbito de la libertad, y la justicia es perfectamente compatible con la jerarquía siempre que cada uno actúe en función de sus obligaciones.
Que la política sea la realización de la libertad pública implica la búsqueda de un sentido nuevo, arriesgando el sentido (pequeño pero seguro) que ya tenemos. Por eso, la libertad en el mundo antiguo se produce en la paridad entre los iguales.
DESARROLLO HISTÓRICO DE LA NOCIÓN DE CIUDADANÍA
La ciudadanía indica, en principio, la pertenencia a una determinada polis en cuyas decisiones se participa activamente. Sin embargo, en la época helenística, con la desaparición de las poleis y el advenimiento del Imperio –primero el de Alejandro, más tarde Roma- aparece en el estoicismo el concepto de cosmopolitismo, es decir, ciudadano del mundo. Este concepto se desarrolló también a nivel jurídico por los romanos a través del ius gentium, es decir, a través de la idea de un derecho universal aplicable a todos, constituyendo el origen de una especie de “derecho natural universal”.
La filosofía moderna, sobre todo la empirista, desarrollará una noción liberal de la ciudadanía muy ligada a la propiedad privada y que fundamenta el Estado en un pacto original de los ciudadanos.
Pero seguramente la Idea más clara de ciudadanía la proporciona la Ilustración con su declaración de los derechos del ciudadano. Parafraseando a Kant podríamos decir que la ciudadanía es la mayoría de edad de los que hasta ese momento habían sido súbditos.
CIUDADANÍA Y PROPIEDAD PRIVADA
¿Por qué hay que hablar de la propiedad privada al hilo del concepto de ciudadanía? Porque el concepto de ciudadanía, como concepto burgués que es (burgués = ciudadano) se fabricó a la vez que el sistema capitalista tal y como hoy lo conocemos. Los primeros precursores de la idea del Pacto Social, como Locke, defendían el derecho a la propiedad tanto como el derecho a la vida y lo consideraban –en el contexto del liberalismo- como uno de los derechos básicos que debía asegurar el Estado. Esta es la función básica del Estado.
Sin embargo, muchos pensadores, de Platón a Rousseau, han estado de acuerdo en que la propiedad privada es una fuente de continuos conflictos entre los hombres. Por eso se ha dicho que con su eliminación también desaparecerían estos conflictos. Hay tres ideologías políticas vigentes en la actualidad que tienen en cuenta este hecho básico en su práctica política: la socialdemocracia, el comunismo y el anarquismo.
Por lo tanto, para entender el concepto de ciudadanía debemos contraponer la filosofía política liberal del s. XVIII y XIX a todas aquellas concepciones políticas que defienden la intervención estatal en la propiedad privada desde los diferentes comunismos a la socialdemocracia contemporánea.
En el extremo contrario están los que defienden el Estado liberal, que son partidarios de no poner ninguna traba a la propiedad privada ni a la libertad económica. Tanto unos como otros han ligado la idea de ciudadanía a la de la democracia si bien los primeros han puesto más el acento en la totalidad del pueblo y los segundos en la relación entre ciudadano y propietario.