Un Estado es la unión de un territorio, un pueblo y la forma jurídica de organización de todo lo que le pertenece de manera común. Es algo así como la fuerza o poder que genera un pueblo en una forma concreta de organizarse. Por ello se habla de los “poderes” del Estado. La división clásica de Montesquieu apunta a 3: legislativo, ejecutivo y judicial, aunque hoy en día hay otros poderes de los que habría mucho que hablar, como por ejemplo "el poder de la información". Lo importante de estos poderes es que lo son del Estado y de ningún particular o grupo de particulares. Cualquier poder particular es siempre un elemento de presión y un desafío al Estado. La función del Estado es la de fomentar la justicia y garantizar la libertad por encima de cualquier elemento de presión de un grupo particular, por ello es fundamental que el Estado mantenga siempre la garantía de neutralidad, es decir, de no responder a los intereses de nadie, sino a los del derecho, la equidad y la libertad de sus ciudadanos.
El poder político como pacto: la fortaleza del Estado

A partir de esta definición, es obvia la importancia de aclarar la fuerza que conviene al Estado, ya que, si es insuficiente, no podrá hacer frente y estará a merced de fuerzas particulares, y si es excesiva, puede ahogar la libertad de los ciudadanos bajo la excusa de la seguridad.
Al hilo de la filosofía de la Epoca Moderna podemos ver que la respuesta a la cuestión de la fuerza conveniente del Estado no es independiente de la concepción que se tenga de la naturaleza humana.
Hobbes, teórico político del s. XVII, parte de una concepción pesimista de esta naturaleza: homo homini lupus, "El hombre es un lobo para el hombre". Aparentemente, eso parecen demostrar las guerras civiles y todas las situaciones sociales en que desaparece la fuerza de la autoridad y es sustituida por la autoridad de la fuerza. Según este filósofo, en el hombre hay muchas pasiones, y una de ellas es la de gloria, que nos enfrenta directamente, por desconfianza y envidia al resto de los hombres. Puesto que él no pone en duda en ningún momento el derecho a la propiedad privada (como si formase parte de la naturaleza humana), es inevitable que en la sociedad natural, cuando aún no hay leyes, todos tenemos derecho a todo, y el conflicto está servido. Por eso es necesario un poder fuerte superior a cualquier individuo o grupo organizado que pueda poner fin a los conflictos. A este poder del Estado, Hobbes lo denomina Leviathan, un monstruo creado por todos nosotros gracias a la cesión de una parte de nuestro poder para hacer posible la libertad y la paz (que se basa en la seguridad).
Rousseau no está de acuerdo con la concepción de Hobbes de la naturaleza humana, ya que el problema de Hobbes, según el francés, es la confusión respecto a la propiedad privada, que parece formar parte de la naturaleza humana. Para Rousseau no es así. La propiedad privada es un artificio social y, por cierto, uno de los más catastróficos que haya sido inventado nunca.
La prueba es la validez del mito del buen salvaje. El descubrimiento de América ha mostrado sociedades en convivencia pacífica precisamente porque la propiedad es básicamente común. Así, la naturaleza humana, constituida sólo por los sentimientos de autoprotección y de piedad, es fundamentalmente benévola. Pero la propiedad privada es algo que pervierte el orden social.
La soberanía es el poder del Estado, es decir, la capacidad de tener leyes propias y poder hacerlas cumplir a sus súbditos a la vez que puede tratar de igual a cualquier otro Estado. Soberania es pues sinónimo de autodeterminación, autogobierno, independencia,... La soberanía es el concepto de libertad aplicado a un Estado. Un Estado libre es un Estado soberano, y uno que no lo es, es un Estado oprimido.
Para Rousseau, la soberanía del Estado emana del pueblo, de los ciudadanos, y no puede ser alienada ni representada por nadie. Esto también crea una tensión con respecto a la autoridad. El ejecutivo debe ser la mera administración de las leyes bajo la soberanía popular. En el momento en que hay dejación de funciones o negligencia el ejecutivo pierde toda su autoridad. Hobbes por el contrario, negaba el derecho a rebelión del pueblo, basándose en que toda crítica de la autoridad, ya menoscaba la autoridad. Así, en la tensión entre autoridad y soberanía, Rousseau pone el acento en la soberanía, mientras que Hobbes pone el acento en la autoridad. De manera paralela, en la tensión entre seguridad y libertad, Hobbes acentúa la seguridad y Rousseau la libertad.
¿Y qué pasa en nuestra época contemporánea? La legitimidad del Estado para defender la paz en la época posterior a la segunda guerra mundial se articula a través de la ONU y el cumplimiento por parte de los Estados de los derechos humanos. Sin embargo, desde el momento que la estructura ejecutiva de la ONU adolece de grandes carencias democráticas como p.e. el derecho de veto de los Estados ganadores de la citada guerra, se hace difícil su credibilidad.